¡Bienvenidos!



«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 27 de julio de 2010

Homilía XVIII Domingo del Tiempo Ordinario


Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Sal 89

La escena que nos presenta hoy el Evangelio nos muestra cómo Nuestro Señor sacaba provecho de todas las circunstancias de la vida ordinaria para iluminarlas con la luz de la fe. Fijémonos en el  hombre de la multitud del evangelio. Tenía una gran preocupación, probablemente era víctima de una injusticia y defraudado por su hermano, decidió acudir al Señor para que interviniera: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
¡Qué distinta hubiera sido para aquel hombre la respuesta del Señor si hubiera acudido en otra actitud! Quizás como la del salmista del Salmo 89, que nos propone la liturgia de hoy: “Señor, enséñame a calcular mis años, enséñame a ver lo que es la vida, solo así adquiriré un corazón sensato”. Pero no, su petición indicaba que tenía otra preocupación.
La respuesta de Jesús, seguramente fue decepcionante: “¿Quién me ha nombrado juez entre vosotros?” Jesús aprovecha la ocasión para enseñarnos sobre el uso de los bienes materiales: «Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» (Lc 12, 15-16).
Al Señor no le interesa ser árbitro ni juez en cuestiones de este mundo. Por legítima que fuera aquella cuestión, los intereses propios, personales, no son objeto de interés para la causa de Jesús.
El Evangelio, los valores de la fe, no pueden ser manipulados en provecho material de uno mismo. Es ahí donde entra la parábola del terrateniente, a la que Jesús alude. Un hombre hizo con su esfuerzo y trabajo tantas riquezas que no tenía dónde almacenarlas. La prosperidad de aquel hombre, seguramente fue fruto de su esfuerzo, cuántas madrugadas se habría pegado, bajo el peso del día y del calor. Hoy veía el fruto de su esfuerzo compensado, era un hombre exitoso. Sin embargo, su éxito le había vuelto miope. No alcanzaba a mirar más allá de sus posesiones.
Aquí se aplica la primera lectura de hoy, tomada del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”. Aquel hombre de la parábola no asimilaba la enseñanza del Quoelet: jamás debemos acumular muchos bienes, en perjuicio de la paz interior y el equilibrio. Por eso Jesús califica a este hombre de necio. «Necio, esta noche, te van a exigir la vida».
Jesús nos advierte que las riquezas pueden ahogar la sabiduría. También Jesús tuvo que luchar con los criterios mundanos de su tiempo, quisieron nombrarlo Mesías político, desestabilizador del dominio romano, que devolviera a Israel  el esplendor de los tiempos de David y Salomón.
En nuestros días, se empeñan en crear una Iglesia nueva que se comprometa en el campo temporal y político, que no permanezca al margen de la lucha por la justicia en el campo de las opciones de partido. Intentan mezclar al sacerdote con banderías temporales que, por muy nobles que sean, están fuera de la misión específica de la Iglesia.
El Señor nos pone sobre aviso a todos. Lo importante, por lo tanto, no es amasar riquezas y honores, sino ser rico a los ojos de Dios. Sólo así podremos vivir serenos y tranquilos, sin temer ni a la muerte ni a la vida. «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.» (Col 3, 1-2).

martes, 20 de julio de 2010

Homilía XVII Domingo del Tiempo Ordinario


« ¡Señor, enséñanos a orar! » - Lucas 11, 1

Después del evangelio de Betania, de la semana pasada, nos situamos hoy ante la figura de Jesús orante. Dice el Evangelio de san Lucas: «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Maestro, enséñanos a orar”».
¿Cómo sería aquella oración de Jesús que cautivó de tal manera a aquel discípulo como para que le pidiera, “enséñanos a orar”? Es, sobretodo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre (Cat. Igl. Cat. 2601).
La oración del discípulo era distinta a lo que contemplaba en su Maestro. Intentar comprender cómo es la oración de Jesús, es como intentar acercarse a la zarza ardiendo que contempló Moisés.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, Hijo de la Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. En cuanto hombre, aprendería de su madre que “conservaba todas las maravillas de Dios y las meditaba en su corazón” (Lc 1, 49); aprendería a orar en la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el templo. Pero su oración, brotaba de una fuente secreta distinta. Lo que hasta ahora se hacía en la tierra era la oración de las criaturas amadas por Dios, pero desde Jesús en adelante se trata de la oración filial. Esta es la oración que el Padre eterno esperaba de los hombres y que desde ahora por fin, el propio Hijo Único en su humanidad, va a vivir, con los hombres y a favor de los hombres.
Meternos en los evangelios para seguir la trayectoria de Jesús orante es toda una catequesis. Jesús nos enseña a orar antes de los momentos decisivos de nuestra vida: antes de su Bautismo y de su Transfiguración, antes de la Pasión, antes de elegir y llamar a los Doce, antes de la confesión de fe de Pedro. Se retiraba con frecuencia a la soledad de la montaña, con preferencia por la noche, para orar. Desde la Encarnación en adelante, el Verbo comparte en su “carne asumida”, todo lo que viven los hombres “sus hermanos” y comparte sus debilidades para librarnos de ellas.
Con el hecho de su oración, Jesús nos enseña a orar. El camino teologal por donde debe ir nuestra vida de oración es su propia oración al Padre. Necesitamos la audacia filial de su oración: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11, 24). La fuerza de su oración: “Todo es posible para el que cree” (Mc 9, 23).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice, citando una frase de San Gregorio Nacianceno, que «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (n. 2697). También nos dice que no se puede seguir a Cristo sin orar.
Hagamos propósito de procurar crear el hábito de la oración personal, pero no se pude orar “en todo tiempo”; si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos. Estos son los llamados tiempos fuertes de la oración cristiana. Estos tiempos fuertes son los que alimentan la oración continua. Sin estos ritmos de oración: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la liturgia de las Horas, el domingo centrado en la Eucaristía, el ciclo del Año Litúrgico y sus grandes fiestas, tu vida cristiana carecería de sentido.
La oración de Abrahán, de la que escuchamos en la primera lectura, es la oración humilde, sincera y audaz de quien sabe hablar con Dios como quien habla con un amigo. Es capaz de insistir, argüir y preguntar hasta conocer más íntimamente al Dios que le ha fascinado y le ha hecho salir de su tierra y de su parentela. Busca entender al Amor. Finalmente, san Pablo, nos desvela la profundidad del Dios de Abraham, que se reveló plenamente en Jesucristo al decirnos que “Estábamos muertos por nuestros pecados, pero Dios nos dio vida en él”. Dios es perdón infinito porque es amor infinito.

martes, 13 de julio de 2010

Homilía XVI Domingo del Tiempo Ordinario



"Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?" – Sal 14, 1

Hoy, “sentados a los pies del Señor”, como María de Betania, nos situamos dentro de la liturgia, como quien se siente hospedado bajo la tienda del Señor, bajo su morada. Participar de la liturgia de la Iglesia es situarnos bajo la tienda del Señor. En ella, nos sentimos acogidos, atendidos, hospedados por el mismo Señor.
Ante la pregunta del salmista, sólo cabe una respuesta: Puede entrar el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. Ahora bien, obrar rectamente frente a Dios, ser justo ante el Señor, conlleva saber corresponder con prontitud y generosidad a su gracia.
De eso, trata el relato del Génesis que leemos hoy. Nos situamos ante la visión misteriosa de Abraham en Mambré. Tres hombres misteriosos visitan a Abraham. San Agustín comenta: «Abrahán vio a tres, y adoró a uno sólo». Abrahán percibió intuitivamente en aquellos desconocidos la presencia divina y correspondió a ella. Acogió a Dios en su casa y eso es, sin duda, siempre una gracia. Como respuesta a esa gracia, Dios le va a dar el regalo del milagro de su descendencia.
El evangelio de hoy nos presenta otro caso de acogida al don divino. Jesús va a Betania y se hospeda en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. En aquel hogar había calor humano. Allí había amistad. Dice san Juan que: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5).
Jesús sabe de amistad. Sabe ser amigo. Jesús ha conocido y cultivado ese sentimiento tan precioso para los hombres como es la amistad. Los antiguos decían que la amistad es tener «una sola alma en dos cuerpos». Si el parentesco consiste en tener la misma sangre en las venas; la amistad se basa en tener los mismos gustos, ideales e intereses.
La amistad sólo se cultiva con el trato. Así definía santa Teresa de Jesús la oración mental: «tratar de amistad con quien sabemos nos ama». Esto es lo que aprendemos en Betania. Es estar a los pies del Maestro, de Jesús como María y servirle con todo lo que somos capaces como Marta.
San Pablo no hubiera sido capaz de mantener aquel empuje y celo apostólico si no hubiera sido porque mantenía una íntima experiencia de amistad con Jesucristo. Llegó a escribir: «Para mí, la vida es Cristo» (Flp 1, 21). Por eso hablaba con aquella fuerza, como decía hoy la segunda lectura: «Nosotros anunciamos a este Cristo; amonestamos a todo, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida de Cristo» (Col 1, 28).
Las audiencias del Papa Benedicto XVI hace unos años atrás las dedicó a comentar sobre los Padre de la Iglesia. Citando a Orígenes, decía que la intimidad con Cristo se da través de la vida de oración. «La comprensión de las Escrituras exige, no sólo estudio, sino intimidad con Cristo y oración. No existe otro camino para conocer a Dios sino el amor, y que no existe un auténtico “conocimiento de Cristo” sin enamorarse de él». Y para llegar a este conocimiento de Dios a través del amor, el Papa recomendaba, como lo hizo Orígenes, la lectura orante de la Palabra de Dios, más conocida como la «Lectio divina».
Pensemos hoy en todo lo que nos ha sugerido este evangelio. Cultivemos una amistad profunda, sincera, incondicional con Nuestro Señor Jesucristo, según los amigos de Betania. Seguramente Santa María, nuestra Madre, nos ayudará también a mejorar nuestra amistad con Jesucristo. Amén.

martes, 6 de julio de 2010

Homilía XV Domingo del Tiempo Ordinario


«Por Cristo quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz».
Col 1,20

                Ante la pregunta de aquel letrado, un maestro en religión, nos podemos situar cada uno de nosotros: «Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10, 25). ¿Estoy caminando por el camino correcto que conduce a la vida eterna?
Alguno me dirá: «Sé que estoy bautizado, sé que me llamo cristiano (seguidor de Cristo), pero me falta algo». Entonces, le pasa como aquel escriba del evangelio de hoy. Aquel era un conocedor y letrado de la religión. ¿Cómo no iba a saber un experto en religión judía lo que hay que hacer para heredar la vida eterna?
El Señor le hizo reflexionar a través de aquella parábola del buen samaritano. Jesús le agranda los horizontes del amor, que por vivir en un ambiente legalista, se le habían empequeñecido. Le enseña que el prójimo no es sólo aquél con el que tenemos alguna afinidad –sea de parentesco, de raza, de religión, etc.–  sino todo aquel que necesita nuestra ayuda.
Siguiendo el mismo hilo de la parábola, si el sacerdote judío hubiese entrado en contacto con aquel moribundo que encontró en el camino, según la Ley de Moisés, hubiese incurrido en una impureza legal; porque según ésta, el contacto con un posible cadáver te hacía impuro. Por lo tanto, Jesús está indicándole al escriba que el cumplimiento de las normas legales nunca puede ahogar la misericordia.
En el fondo, ante la pregunta del escriba, “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”, sólo se admite una respuesta: “Haz lo que yo he hecho contigo”. Decía la segunda lectura de hoy: «En Cristo, por él, quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz».
En otras palabras, con esta parábola del Buen Samaritano, el buen lector puede comprender que Jesús es la encarnación de la misericordia divina ya que vive los mismos gestos misericordiosos del Padre.
San Agustín, como tantos otros Padres de los primeros siglos, identifica al Señor con el buen samaritano y al hombre asaltado por los ladrones (caído, moribundo), con Adán, origen y figura de la humanidad caída. Toda la vida de Jesucristo es revelación del Padre: sus palabras y sus obras. Haciéndose pobre nos enriqueció con su pobreza. En todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. No vivió para sí mismo sino para nosotros, no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos, «Y por él, quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz».
Si el buen samaritano es imagen de Cristo, entonces sólo hay un camino para alcanzar la vida eterna: imitar a Cristo. Para esto tenemos que convertirnos. Decía la primera lectura de hoy: «Conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma». Y no podemos decir que eso es algo que me exceda a mis fuerzas, ni inalcanzable a mis capacidades; no es un mandato que está en lo alto del cielo, ni está más allá del mar. «El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.» -concluía el relato bíblico.
Pidamos a Santa María, nuestra madre misericordiosa, que nos llene de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, que como buen samaritano se nos hizo el encontradizo en nuestro camino y nos recogió, nos curó, nos perdonó y nos dio nueva vida, por la sangre de su cruz. Amén.

lunes, 5 de julio de 2010

Drive-In Viernes, 23 de julio de 2010


Sinopsis : La pelicula "I Am David" es la adaptacion filmica de la novela de Anne Holm, titulada del mismo modo y titulada en USA como "North to Freedom". Es la historia de un niño de 12 años, David, que escapa de un Campo de Concentración comunista, sin mucho más que un compás, una carta sellada, un mendrugo de pan y unas instrucciones de llevar la carta a Copenhagen, Dinamarca. David se confía al mundo libre por primera vez en toda su vida según viaja por Europa. Es un viaje espiritual en donde David va a descubrir la humanidad, irá perdiendo su natural desconfianza en los hombres y comenzará a reir, compartir, confiar y finalmente a amar. " I Am David" señala las crueldades de la guerra, la política, en contraste con el inquebrantable espíritu de un jovencito.