¡Bienvenidos!



«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 25 de abril de 2012

Homilía IV Domingo de Pascua




Ciclo B
Hch 4,8-12 / Sal 117 / 1-Jn 3,1-2 / Jn 10,11-18

Domingo del Buen Pastor
XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

En el cuarto domingo de Pascua la Liturgia siempre medita el capítulo 10 del Evangelio de San Juan, en donde escuchamos la voz de Cristo auto revelándose como el Buen Pastor. Razón por la cual le llamamos el Domingo del Buen Pastor y por lo que hace cuarenta y nueve años viene celebrándose en este domingo la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones.
Cada año, esta Jornada de Oración nos ofrece una buena oportunidad para subrayar la importancia de las vocaciones en la vida y en la misión de la Iglesia, e intensificar la oración para que aumenten en número y en calidad las vocaciones sacerdotales. El tema que el santo Padre, Benedicto XVI ha escogido para esta jornada es: Las vocaciones don de la caridad de Dios.
El Papa nos recuerda en su carta para esta jornada que “somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia”. El amor incondicional de Dios nos “creó de la nada” para llevarnos a la plena comunión con Él. La verdad profunda de nuestra existencia está encerrada en ese sorprendente misterio: que toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (Jr 31,3). Cuando se descubre esto, se transforma toda la existencia de la persona y se despierta el deseo de vivir sólo para Él.
Al meditar las palabras de Jesús en el Evangelio de este domingo nos damos cuenta rápidamente que la palabra clave de este domingo es "vida". Jesús puede dar vida (es decir, salvar) porque está dispuesto a dar la vida (es decir, a morir). Las autoridades religiosas de su época no podían dar vida porque no estaban dispuestas a arriesgar la suya, la religión para ellas no era cuestión de vida sino de ley.
Pero Jesús nos enseña que “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan abundante” (Jn 10,10b). Este verso precede al texto que hoy leemos, pero de alguna manera nos introduce en el misterio de la Pascua que estamos viviendo. Cristo, Buen Pastor ha entregado su vida, “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”, para que hoy tengamos vida en Él. Toda la misión de Jesús tiene una finalidad, dar vida; ningún otro puede salvar y bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (1.lectura). Y una consecuencia: a través de la vida de Jesús, dada y recibida (por el Espíritu), somos hijos de Dios en permanente crecimiento (2. lectura).
De modo que Jesús no sólo es pastor porque nos guía, sino porque nos ofrece salvación. Los falsos pastores se dan a conocer en el momento en que toca arriesgar la vida por las ovejas. Cuando ven las orejas al lobo, huyen sin arriesgar nada. No les importan las ovejas, les importaba solamente sus propios intereses. Jesús da vida, porque arriesga y da la vida; y da la vida, porque le importan los hombres. Jesús es el Buen Pastor porque da su vida. El auténtico pastor conoce a sus ovejas. Jesús las conoce igual que el Padre le conoce a él. Jesús no tiene una relación intelectual con el Padre, sino una relación filial de amor. El conocimiento que Jesús tiene de los hombres tampoco es exterior o intelectual, sino la misma relación de intimidad que le une al Padre. La vida no se da por cualquier conocimiento intelectual, sino por el amor de nuestra vida. Jesús es el amor del Padre. Nosotros somos el amor de Jesús. Estamos en su intimidad.
En este Domingo del Buen Pastor, es nuestro deber orar para que no falten en la Iglesia, buenos pastores. Para que hayan buenos pastores debemos ser nosotros buenas ovejas, porque de las buenas ovejas salen los buenos pastores. Amén. 

martes, 17 de abril de 2012

Homilía III Domingo de Pascua



Ciclo B
Hch 3, 13-15.17-19 / Sal 4 / 1 Jn 2, 1-5 / Lc 24, 35-48

«Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39).
Durante el tiempo Pascual centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. En la primera lectura vemos cómo Pedro inaugura la misión de la Iglesia proclamando valientemente la necesidad de la conversación para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
San Pedro les dice a los israelitas que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. Todos los profetas habían anunciado este misterio, la muerte del Mesías había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios, sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios. Pero aunque los profetas hayan predicho esta muerte y los judíos lo hayan hecho por ignorancia, no por eso están excusados. Por eso les dice: «Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados». De este modo, aquel que es «Víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero» -como dice san Juan en la segunda lectura- es causa de salvación sólo si nuestras obras dan signos de conversión y penitencia. Por eso el anuncio de la Pascua es una llamada a la conversión.
Dicho esto, meditemos el Evangelio de este tercer domingo de Pascua. El texto parte de una situación idéntica a la del domingo pasado (Jn. 20,19-31). San Lucas nos coloca en un mismo escenario, caída de la tarde del domingo, los discípulos reunidos en un local de Jerusalén, y ocurre la llegada inesperada de Jesús. Al igual que el evangelio de Juan, a Lucas tampoco le interesa el cómo y el modo de esta llegada. Lo importante es el hecho: Jesús está ahí, expresando deseos de paz.
Llenos de miedo por la sorpresa, los once y sus acompañantes creían ver un fantasma. A Lucas le interesara subrayar la problemática de la identidad del Resucitado. ¿Es el mismo Jesús de antes de morir? ¿Resucitado y Jesús son la misma persona? Sabemos que Lucas es un escritor crítico, escribe su evangelio indagando a los testigos oculares. Y en los Hechos de los Apóstoles, dice que la condición indispensable para cubrir la vacante de Judas dentro de los doce es el haber convivido con Jesús desde el principio hasta el final, es decir, el haber sido testigo ocular de su vida.
Sólo bajo esta condición se puede ser testigo de la resurrección de Jesús. Por eso hace hincapié en el número de los once (y doce en Hechos), porque sólo ellos cumplen esta condición y son, por lo tanto, los únicos que ofrecen la garantía crítica incuestionable para poder creer que el Resucitado y Jesús son la misma persona. Gracias a ellos podemos hoy, veinte siglos después, creer tranquilos.
Por otra parte, Lucas toca también el problema de la hermenéutica. Nos invita a leer y apreciar el Antiguo Testamento. Sin él la luz de Jesús resucitado queda privada de cuerpo y de razón de ser. El Antiguo Testamento no es la imperfección, sino el camino que todos seguimos para llegar a Jesús resucitado. La palabra de hoy nos invita a dejarnos transformar por el perdón que nos ofrece la persona de Jesús Resucitado. Amén.

viernes, 13 de abril de 2012

Fiesta de la Divina Misericordia



El segundo domingo de Pascua es, ya de por sí, una solemnidad por concluir la octava de Pascua, sin embargo, el título de "Domingo de La Divina Misericordia" pone de manifiesto y amplía el significado del día. De alguna manera, se recupera así una antigua tradición litúrgica, que se refleja en una enseñanza atribuida a San Agustín sobre la Octava de Pascua, que él llamó "el día de la misericordia y el perdón", y el Octavo Día así mismo, "el compendio de los días de la misericordia”.
Resulta providencial el hecho de que ya las lecturas de la Sagrada Escritura seleccionadas de antemano por la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, coincidieran tan adecuadamente con el tema de la misericordia divina. No obstante, no fue sino hasta que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicara en mayo del 2000, un decreto en el que se estableció, por indicación del hoy Beato, Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, que se estableció el segundo domingo de Pascua como el «Domingo de la Divina Misericordia», tal como se lo había pedido Jesús a Santa Faustina Kowalska en sus visiones privadas.
El texto evangélico de este domingo (Jn. 20, 19-31) es elocuente en cuanto a la Misericordia Divina: narra la institución del Sacramento de la Confesión o del Perdón, que es el Sacramento de la Misericordia Divina.
¿En qué consiste, entonces, esta Fiesta de la Divina Misericordia? He aquí lo que dijo Jesús a Santa Faustina: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario 699). Es decir, quien arrepentido se confiese y comulgue el Domingo de la Divina Misericordia, podrá recibir el perdón de las culpas y de las penas de sus pecados, gracia que recibimos sólo en el Sacramento del Bautismo o con la indulgencia plenaria. O sea que si su arrepentimiento ha sido sincero y si cumple con las condiciones requeridas, el alma queda como recién bautizada, libre inclusive del reato de las penas del purgatorio que acarrean sus pecados aun perdonados.
La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos... “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). Se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... “porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil” (Diario, 742).
Con el fin de celebrar apropiadamente esta festividad, se recomienda rezar la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia; confesarse -para la cual es indispensable realizar primero un buen examen de conciencia-, y recibir la Santa Comunión el día de la Fiesta de la Divina Misericordia.

miércoles, 4 de abril de 2012

Domingo de Pascua



PASCUA DE RESURECCIÓN
«Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo» (1 Co 15, 14s). San Pablo resalta con estas palabras de manera tajante la importancia que tiene la fe en la resurrección de Jesucristo para el mensaje cristiano en su conjunto: es su fundamento. La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos.
Si se prescinde del dato de la resurrección, Jesús no sería más que una personalidad religiosa fallida, una personalidad que, a pesar de su fracaso, seguiría siendo grande, pero permanecería en una dimensión puramente humana, y su autoridad sólo sería válida en la medida en que su mensaje nos convenciera o no. El criterio de medida para creerle sería entonces únicamente nuestra valoración personal que elige lo que le parece útil. Entonces, estaríamos abandonados a nosotros mismos, ser cristiano dependería en última instancia de nuestra valoración personal.
Sólo si Jesús ha resucitado, ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces, Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente. Que Jesús sólo haya existido o que, en cambio, exista  también ahora depende de la resurrección. En el «sí» o el «no» a esta cuestión no está en juego un acontecimiento cualquiera, sino la figura de Jesús como tal.
Por tanto, es necesario escuchar con una atención particular el testimonio de la resurrección que nos ofrece el Nuevo Testamento. Al leer los relatos de la resurrección, considerados desde el punto de vista histórico, nos llevan a preguntarnos ¿Qué pasó allí? A los testigos que lo presenciaron, no les es nada fácil de expresar. Se encontraron ante un fenómeno totalmente nuevo, que superaba toda experiencia previa. Dice san Marcos, que cuando los discípulos bajaban del monte de la transfiguración, se preguntaban entre sí qué quería decir Jesús con aquello de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9,9s).
El milagro de la resurrección de Jesús no se trata meramente de un cadáver reanimado. En tal caso ¿qué importancia tendría para nosotros? La resurrección de Jesús ha consistido en un romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser hombre. Es un salto cualitativo en el ser. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad.
«Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos» (1 Co 15,16.20). Es un hecho vinculado inseparablemente a la resurrección de los cristianos. Es un acontecimiento universal o no es nada, viene a decir Pablo. Y sólo si la entendemos como un acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la existencia humana, estaremos en el camino justo para interpretar el testimonio de la resurrección en el Nuevo Testamento. Amén.