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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

viernes, 8 de enero de 2010

Fiesta del Bautismo del Señor


«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Mt 3, 14

La vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan el Bautista. El evangelio nos explica este acontecimiento histórico en el que el Señor fue al río Jordán para ser bautizado en él. Quizás nos preguntemos por qué celebramos esta fiesta después del día de Navidad. Si cronológicamente son fechas separadas por varios años. Ciertamente, así es, sin embargo, ambas fiestas evocan la realidad de un nacimiento.
Comenta el obispo san Máximo de Turín en uno de sus sermones: «El día de Navidad nació para los hombres, hoy renace por los sagrados misterios; entonces fue dado a luz por la Virgen, hoy es engendrado por obra de unos signos celestiales. Al nacer según la naturaleza humana, su madre María lo abrazó en su seno; ahora, al ser engendrado místicamente, es como si Dios Padre lo abrazara afectuosamente con aquella voz: «Este es mi hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo». María mece suavemente al recién nacido en sus rodillas, el Padre atestigua con su voz su afecto para con su Hijo; la madre lo ofrece a los magos para que lo adoren, el Padre lo da a conocer a todos los hombres para que le rindan culto» (segunda lectura del Oficio de lecturas de la Liturgia de las horas, -enero 11- ).
Este acontecimiento de la vida de nuestro Señor, marca el cumplimiento de aquella profecía del Siervo de Yahvéh, que hablaba la primera lectura. Isaías habla de un hombre, consagrado por el espíritu de Dios, elegido por él, es su siervo. Que viene a establecer el derecho, a cumplir toda justicia. Este siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado; pero en su actuación es firme, tenaz, fiel hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios lo guía amorosamente, le pone como alianza para las naciones, luz de los pueblos, libertador de los oprimidos.
La recepción del bautismo de Juan significó para Jesús no sólo el comienzo de su actividad pública como Siervo de Yahvéh, sino la manifestación pública (Epifanía) de su unción como siervo amado y salvador.
Al entrar en el agua, los bautizados reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas. Jesús, entrando en el agua, y orando, -como subraya san Lucas-, había cargado con la culpa de la humanidad, entró en ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores. La inicia con la anticipación de la Cruz. Sólo a partir de aquí, se puede entender el bautismo cristiano: la anticipación de la muerte en la cruz y la anticipación de la resurrección, se han hecho realidad en el momento del bautismo del Señor. El bautismo con agua de Juan recibe pleno significado del bautismo de vida y de muerte de Jesús.
Hoy renovamos las promesas bautismales y con este gesto nuestro deseo de ser identificados en la muerte y resurrección de nuestro Señor. Para no vivir ya para nosotros mismos, sino vivir para él que por nosotros murió y resucitó. Amén.

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