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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 27 de abril de 2010

Homilía IV Domingo del Tiempo Pascual


Domingo del Buen Pastor

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen…»
Jn 10, 27

Tradicionalmente, en los tres ciclos litúrgicos del IV domingo de pascua, meditamos algún trozo del capítulo 10 del Evangelio de San Juan. Es por eso que se le conoce como el Domingo del Buen Pastor. La Iglesia entera se llena de gozo inmenso por la resurrección de Jesucristo y le pide a Dios Padre que el débil rebaño de su Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Ha sido el sacrificio del Buen Pastor quien ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil.
Con las imágenes del pastor, las ovejas y el redil, se evoca un tema preferido de la predicación profética en el Antiguo Testamento: como dice el Salmo 23, el pueblo elegido es el rebaño y el Señor es su pastor; los profetas, especialmente Jeremías y Ezequiel, ante la infidelidad de los reyes y sacerdotes, a quienes también se aplicaba el nombre de pastores, prometen unos pastores nuevos:
«Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3, 15). «Pondré al frente de ellas (o sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas» (Jer 23, 4). «¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos: ¿no son los rebaños lo que deben apacentar los pastores?... Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo buscaré mi rebaño y lo apacentaré». (Ezequiel 34, 2-16).
Jesús se presenta como ese Buen Pastor que cuida de sus ovejas. Se cumplen pues, en Él, las antiguas profecías. Pero en Jesús, las profecías del Buen Pastor cobran una revelación más plena. Su solicitud y cuidado por cada oveja le lleva al sacrificio por ellas. «Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10, 14-15).
De modo que, Jesucristo ha introducido en la humanidad una vocación que no existía. Antes de su venida, conocíamos a los profetas, sabíamos de los patriarcas y de los sacerdotes, incluso conocíamos al rey. Pero no conocíamos el ministerio pastoral. La imagen de padre-pastor, sacramento de la Paternidad de Dios, solamente lo aprendemos en plenitud con Jesús.
Jesucristo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de la promesa de Dios, Él es “el gran Pastor de las ovejas” (Hebreos 13,20). Y es él quien encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios (Jn 21, 15, ss.; 1-Ped 5, 2).
Sin sacerdotes, la Iglesia no podría vivir en obediencia al mandato del Señor de llevar a cabo su misión en la tierra: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» y «haced esto en conmemoración mía»; o sea, el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo. Oremos para que nunca falten a su Iglesia pastores que amen y se entreguen en servicio como el Supremo Pastor, Cristo Jesús.

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