«Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó—:
¿Quién dice la gente que soy yo?»
¿Quién dice la gente que soy yo?»
Lucas 9, 18.
Nos sitúa hoy el Evangelio de san Lucas en el momento en que Jesús ha terminado su actividad en Galilea y va a emprender su viaje a Jerusalén. Sabemos qué le espera en Jerusalén: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Pero antes de emprender el viaje, se pone en oración. Y en ese contexto, se dirige a sus discípulos, porque quiere asegurarse de que “le siguen a Él”, y esto requiere una claridad y distinción de ideas, por eso les interroga para saber si saben a quién siguen: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?”
De esa respuesta se entenderá que Jesús pida que el que quiera seguirlo, «que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo».
Ante esta pregunta decisiva, no basta decir lo que dicen los Concilios, lo que predica el Papa, ni los Obispos, ni los teólogos. La fe cristiana no es simplemente la adhesión a una fórmula o a un grupo religioso, sino mi adhesión personal y mi seguimiento a Jesucristo.
Para ser cristiano, no basta decir: «Yo creo en lo que cree la Iglesia.» Es necesario que me pregunte si yo le creo a Jesucristo, si cuento con él, si apoyo en él mi existencia. No se me pregunta qué pienso acerca de la doctrina moral que Jesús predicó, acerca de los ideales que proclamó o los gestos admirables que realizó. La pregunta es más honda: ¿Quién es Jesucristo para mí? Es decir, ¿qué lugar ocupa en mi experiencia de la vida? ¿Qué relación mantengo con él? ¿Cómo me siento ante su persona? ¿Qué fuerza tiene en mi conducta diaria? ¿Qué espero de él?
Ante la pregunta: ¿Quién es Jesús? Debo responder como san Pablo afirma hoy en la carta a los Gálatas, desde la fe. Para san Pablo, Jesús es el acontecimiento decisivo de la historia de la Humanidad, por el que hemos sido incorporados y revestidos hasta llegar a ser hijos de Dios. Por el bautismo y la fe en Jesucristo el hombre ha quedado liberado de la ley y el pecado para participar de Cristo.
Este es el acontecimiento que veía el profeta Zacarías en el Antiguo Testamento, el “Día del Señor”, por el que el pueblo llora sus pecados al contemplar la Víctima a la que "traspasaron". Sin duda, Zacarías se refería en un sentido figurado a Jesús de Nazaret, traspasado en la cruz por nuestros delitos y cuya contemplación ha provocado, sigue provocando y provocará un llanto de compunción que conduce a la conversión.
Hoy, tú y yo, confesamos a Jesús como nuestro Mesías y Salvador. Esta confesión implica a su vez el seguimiento hasta la Cruz. No puedo contestar responsablemente a la pregunta que Jesús me dirige sin descubrirme a mí mismo quién soy yo y cómo vivo mi fe en él. Precisamente, en eso consiste la responsabilidad: en ser capaz de responder por mí mismo. De alguna manera todo cristiano debería poder decir como san Pablo: «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe» (2 Tm 1, 12). Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario