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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Homilía XXV Domingo del Tiempo Ordinario


Ciclo C
Amós 8,4-7 / Sal 112,1-8 / 1-Timoteo 2,1-8 / Lc 16, 1-13

«Ningún siervo puede servir a dos amos: No podéis servir a Dios y al dinero».

                Sería un pobre servicio a la causa del Evangelio, pensar que la liturgia de este domingo es un tratado de economía o administración de empresas. De alguna manera, Jesús quiere enseñarnos a hacer un uso inteligente del dinero. Para lograrlo, nos pone el ejemplo de un administrador inescrupuloso, inicuo y “aprovecha’o” –diríamos nosotros. Jesús le llama “astuto”, sagaz. Este ha hecho lo que debía hacer para lograr lo que se traía entre manos, lograr sus objetivos personales. “Los hijos de este mundo, son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
Ante semejantes palabras de Jesús, tendríamos que preguntarnos qué estamos haciendo los “hijos de la luz” para tener éxito desde la perspectiva del reino de Dios. ¿Qué debemos hacer con nuestro dinero para tener ese éxito; es decir, para encontrar quien nos "reciba en las moradas eternas"?
A Jesús, no podemos malinterpretarlo. Él no está exaltando ni justificando el “lavatón” de dinero del administrador inicuo. Tampoco nos está diciendo que el astuto e inteligente es aquel que meramente sabe acumular dinero. Todo lo contrario, quien tiene por amo al dinero, es un necio y realmente se envilece.
¿Quiénes son los “astutos” según Dios? Los que saben poner todos sus bienes al servicio de Dios, del Reino de Dios. Hay que administrar al servicio de Dios el “vil dinero”, hay que ser fiel al servicio de Dios en “lo menudo”. El modelo de buen cristiano será el que se las juega todas por el reino de Dios. El que pone todo lo que tiene al servicio de los intereses de Dios.
En medio de la crisis económica que vivimos y ante los retos de una economía globalizada, los textos bíblicos de este domingo XXV del tiempo ordinario encuentran mucha resonancia y actualidad, pues lo económico nos afecta a todos. Vivimos en una sociedad en donde la abundancia, el consumo, el desperdicio es la orden del día. A la vez que aumenta la producción tecnológica y el costo de la vida, sin embargo, también aumentan las estadísticas del desempleo y decrece el poder adquisitivo de muchos.
Amós, profeta incisivo, condena a los ricos comerciantes de su tiempo que pensaban sólo en enriquecerse a causa de los pobres, explotándolos. La falta de ética en el comercio llevaba a engañar al pobre, vendiendo fraudulentamente como bueno lo malo. El Señor no olvidará esas malas acciones.
El Evangelio nos viene a iluminar en el verdadero sentido de la justicia, ya que la parábola del administrador injusto nos viene a decir que hay un Bien mayor a los restantes bienes de la vida. La enseñanza de Jesús es clara, el problema económico no es el primer problema del hombre, pues el servicio de Dios está por encima de los otros servicios. El dinero puede ser un buen servidor, pero es un mal patrón. “No se puede servir a Dios y al dinero”.
El elogio de Jesús sobre el administrador recae sobre su capacidad de renuncia en vistas a un beneficio futuro: un nuevo puesto de trabajo. Con esta lectura, aparece más clara la aplicación a los hijos de la luz: ante las exigencias del Reino hay que actuar también con astucia, sabiendo renunciar a las cosas materiales a fin de conseguir unos bienes muchísimo mayores. En el recto entendimiento de la parábola, se entiende que el administrador no defrauda a su amo; lo único que hace es renunciar a lo que legalmente le corresponde como administrador; renuncia a lo que es suyo para ganarse amigos que, en justa compensación, le ayuden cuando él se encuentre en necesidad económica tras el despido. Es esta actitud previsora de cara al futuro lo que el amo alaba de su administrador. Aquí, está la clave de la parábola. De esta clave, parte Jesús para su enseñanza. Él pide a sus discípulos la misma actitud: renunciar al dinero para granjearse la amistad con Dios.
El dinero es la prueba de fuego del cristiano. Si la supera, Dios se le entregará plenamente.  Amén.

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