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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Homilía XXIII Domingo del Tiempo Ordinario


Ciclo C
Sab 9, 13-19 / Sal 89 / Filem 9-10.12-17 / Lc 14, 25-33

«¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto?... Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada. Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio».
Sab 9, 17-19

En verdad el Señor quiere salvarnos. Nos está mostrando el camino de la salvación. A la pregunta de hace unos domingos atrás «Señor, ¿serán pocos los que se salven?», nos ha ido respondiendo con pedagogía divina, mostrándonos el camino de la salvación. El domingo pasado nos decía que sólo los humildes se salvan: «el que se humilla será ensalzado»; y hoy nos está dando Dios el modelo a seguir para alcanzar la salvación. No hay otro modelo, no hay otro ejemplo, no hay otro camino si no Jesucristo.
¿Te quieres salvar? Tienes que aprender de Cristo. Tienes que hacerte discípulo de Cristo. Para llamarlo Maestro, tienes que entrar en la escuela del discipulado de Jesucristo. El Hijo de Dios, Palabra Eterna del Padre, que en la plenitud de los tiempos se encarnó, se hizo hombre, y viniendo a este mundo dejó sus huellas, mostrándonos un sólo camino para alcanzar la Vida eterna. Él se hizo camino.
«Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos y a las hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 26-27).
Estas palabras del Señor son fuertes. Sin embargo, no dicen otra cosa sino que existe un orden en la caridad: Dios tiene prioridad sobre todo. Las palabras del Señor, no se pueden reducir a querer decir: «el que no ame menos a su padre y a su madre, a su esposa y a los hijos…». Tampoco nos está pidiendo el Señor una actitud negativa ni despiadada para con nadie, como puede entenderse el odiar y el aborrecer en español. El Jesús que habla ahora es el mismo que ordena amar a los demás como a uno mismo, es el que entregó su vida por los hombres. Lo que Jesús nos está enseñando hoy es que ante Dios no caben “medias tintas”.
Podríamos decir que lo que Jesucristo hoy nos está diciendo es que hay que amar más, amar mejor, a Dios que a ninguna criatura. No podemos amar limitadamente al Señor. La Iglesia nos enseña en su magisterio que «los cristianos se esfuerzan por agradar a Dios antes que a los hombres, dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo» (Apostolicam actuositatem, n.4, Conc. Vaticano II).
Esta es la sabiduría que nos está hablando hoy la primera lectura. «Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio» (Sab 9, 19).
¿Cómo un joven va a estar dispuesto a dejar todas las posibilidades de tener un amor noble en la tierra, una mujer, unos hijos, si no es porque pone a Jesucristo en la cima de todos sus afectos? Si no es porque se decide a querer amar a Jesucristo por encima a todos sus amores de la tierra. ¿No es acaso Cristo digno de un amor así? Aquel que he contemplado en su pasión y muerte de Cruz entregando toda su capacidad de amar por salvarme, no es acaso digno de un amor correspondiente. Eso es lo que se tiene que plantear un joven hoy día.
El camino del cristiano es la imitación de Jesucristo. Para san Pablo en la segunda lectura, amar a Jesucristo significó coger cárcel injustamente por Él. Pero en aquellas circunstancias paupérrimas no mermó su amor a Jesucristo, al contrario, continuó haciendo apostolado, se ganó para Cristo un alma en aquella cárcel, Onésimo. Y le escribe al dueño del esclavo, Filemón, para que reciba a Onésimo, como si fuera él mismo, ya no sólo como su siervo sino como un hermano en la fe. Por otro lado, la fe en Jesucristo no llevó a Onésimo a renegar de su condición de esclavo, sino a aprovecharla como un camino de seguimiento a Jesucristo. Su situación y estado de vida se convirtió en su escuela, en el lugar para vivir su discipulado al Maestro, le dio un nuevo sentido a toda su vida, a todos sus acontecimientos, a toda su historia personal.
Cuando en nuestra propia vida, no hacemos sino renegar, y quejarnos de lo que nos pasa, en el fondo manifestamos que no estamos amando a Dios sobre todas las cosas, dejamos de ver a Dios que nos está pidiendo que le sigamos, que aprendamos de Él. Hoy es un domingo que nos hace pensar en todas las oportunidades maravillosas que nos esperan en la calle, en nuestra vida de familia, en nuestro trabajo, en nuestro ambiente social, para demostrar que estamos siendo discípulos del Maestro, de que le amamos más que nada en la vida. Que santa María, primera discípula del Señor no ayude a cada uno a “no tirar la toalla” en nuestro empeño por seguir al Maestro. Amén.

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