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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 19 de octubre de 2010

Homilía XXX Domingo del Tiempo Ordinario

Jornada Mundial Misionera

            Al celebrar anualmente la Jornada Mundial Misionera, la Iglesia encuentra la ocasión para renovar el compromiso de anunciar el Evangelio. Y nosotros, desde nuestra comunidad parroquial, nos sentimos invitados a vivir más intensamente la liturgia, la catequesis y la pastoral en general, con espíritu misionero.
            El Santo Padre, Benedicto XVI, nos recuerda en el mensaje para el DOMUND 2010, la frase del Evangelio de San Juan: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Es la petición que algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, presentan al apóstol Felipe. Nos dice el Papa que esa misma petición resuena también en nuestro corazón durante este mes de octubre, que nos recuerda cómo el compromiso y la tarea del anuncio evangélico compete a toda la Iglesia, "misionera por naturaleza" (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, en comunidades fundadas en el Evangelio.
Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, piden a los creyentes no sólo que "hablen" de Jesús, sino que también "hagan ver" a Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Redentor en todos los rincones de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio.
Los hombres de hoy deben percibir que los cristianos llevamos la palabra de Cristo porque él es la Verdad, porque hemos encontrado en él el sentido, la verdad para nuestra vida.
Todos los bautizados y la Iglesia entera, hemos recibido un mandato misionero, pero éste no puede realizarse de manera creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral. La llamada a anunciar el Evangelio debe estimularnos a todos a una renovación integral que nos lleve a abrirnos cada vez más a la cooperación misionera entre las Iglesias particulares, para promover el anuncio del Evangelio en el corazón de toda persona, de todos los pueblos, culturas, razas, nacionalidades, en todas las latitudes.
La Eucaristía termina siempre enviándonos al mundo a anunciar los celebrado y vivido. En el fondo: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Este amor exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en él” (Sacramentum caritatis n. 84). Por esta razón la Eucaristía no sólo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (ib.).
En esta Jornada mundial de las misiones, debemos sentirnos todos protagonistas del compromiso de la Iglesia de anunciar el Evangelio, o sea, ser anunciadores creíbles del Amor que salva. Oremos por los misioneros y a las misioneras, que dan testimonio en los lugares más lejanos y difíciles, a menudo también con la vida, de la llegada del reino de Dios. Como el "sí" de María, seamos generoso en nuestra respuesta a la invitación divina a “hacer amar al Amor” –como repetía santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones-.  Amén.

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