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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

lunes, 17 de enero de 2011

Homilía III Domingo del Tiempo Ordinario


Ciclo A
Is 8, 23b-9,3 / Sal 26 / 1 Co 1, 10-13.17 / Mt 4, 12-23

Semana de oración por la unidad de los cristianos

«Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de celebrar la cena del Señor y de participar en la oración»
(Hech 2, 42-47)

Tradicionalmente, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson, un pastor episcopaliano de Estados Unidos, que se convirtió al catolicismo, para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo. Esta elección tiene un significado simbólico.
En este domingo, dentro del octavario de oración por la unidad de los cristianos, aprovechamos la coyuntura para considerar los textos bíblicos como una invitación para orar y expresar la responsabilidad que tenemos todos los cristianos para llegar a la plena unidad querida por Cristo.
El tema de este año 2011, es «La Iglesia de Jerusalén, ayer, hoy y mañana». Hace dos mil años, los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén tuvieron la experiencia de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés y han estado reunidos en la unidad que constituye el cuerpo del Cristo. Los cristianos de siempre y de todo lugar ven en este acontecimiento el origen de su comunidad de fieles, llamados a proclamar juntos a Jesucristo como Señor y Salvador. Aunque esta Iglesia primitiva de Jerusalén ha conocido dificultades, tanto exteriormente como en su seno, sus miembros han perseverado en la fidelidad y en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones.
No es difícil constatar que la situación de los primeros cristianos de la Ciudad Santa, se vincula hoy a la Iglesia de Jerusalén. La comunidad actual conoce muchas alegrías y sufrimientos que fueron las de la Iglesia primitiva: sus injusticias y desigualdades, sus divisiones; además de y también su fiel perseverancia y su consideración de una unidad mayor entre los cristianos.
Las Iglesias de Jerusalén nos hacen actualmente entrever lo que significa luchar por la unidad, incluso en las grandes dificultades. Nos muestran que la llamada a la unidad puede ir mucho más allá de las palabras y orientarnos de verdad hacia un futuro que nos haga anticipar la Jerusalén celestial y contribuir a su construcción.
Es necesario el realismo para que esta idea se convierta en realidad. La responsabilidad de nuestras divisiones nos incumbe; son fruto de nuestros propios actos. Debemos transformar nuestra oración y pedir a Dios transformarnos nosotros mismos para que podamos trabajar activamente para la unidad. Tenemos buena voluntad para pedir por la unidad. Puede que el Espíritu Santo nos anime a nosotros mismos ante el obstáculo de la unidad; ¿nuestra propia soberbia impide la unidad?
La llamada a la unidad llega este año desde Jerusalén, la Iglesia madre, a las Iglesias del mundo entero. Conscientes de sus propias divisiones y de la necesidad de hacer ellas mismas mucho más por la unidad del Cuerpo de Cristo, las Iglesias de Jerusalén piden a todos los cristianos redescubrir los valores que constituyen la unidad de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, cuando era asidua a la enseñanza de los Apóstoles y a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones. He aquí el desafío que tenemos. Los cristianos de Jerusalén piden a sus hermanos y hermanas hacer de esta semana de oración la ocasión de renovar su compromiso para trabajar por un verdadero ecumenismo, arraigado en la experiencia de la Iglesia primitiva. Amén.

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