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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 5 de abril de 2011

Homilía V Domingo de Cuaresma


Ciclo A
Ez 37, 12-14 / Sal 129 / Rom 8, 8-11 / Jn 11, 1-45

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Jn 11, 25-26.

Pasado el “ecuador” del tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos presenta hoy este pasaje del Evangelio en donde Jesús se revela como «Resurrección y Vida» para los que crean en Él. San Juan dice que la resurrección de Lázaro ocurrió cuando «pronto iba a ser la Pascua de los judíos» (v.55), como sugiriendo que estos acontecimientos anunciaban ya la muerte redentora de Cristo, su gloriosa resurrección; es decir, la Pascua cristiana.

Y ¿qué tiene que ver la resurrección del amigo Lázaro con la Pascua cristiana? O más bien, ¿con nuestro bautismo? – ¡Todo! Precisamente, san Pablo dice en la Carta a los Romanos: «¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con Él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rom 6, 3-4).

Al proclamar la resurrección de Lázaro, la Iglesia nos sitúa frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?». Y junto con Marta, la Iglesia responde: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27).

«La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza» (Mensaje de Benedicto XVI en la Cuaresma 2011).

En este quinto domingo de Cuaresma, tenemos toda una catequesis de lo que ha obrado en nosotros la redención llevada a cabo por Cristo. Los textos bíblicos nos llevarán de la mano para entenderlo.

El profeta Ezequiel se dirige a un pueblo que vive en el destierro, a un pueblo que está totalmente desanimado y seco, como están secos los huesos de sus muertos en cementerios extranjeros. Pero el Señor les habla por medio del profeta y les dice que él mismo va a derramar su espíritu sobre ellos, para que se reanimen y así puedan caminar y entrar con alegría a la tierra que les tiene prometida. Toda aquella visión del profeta es cumplimiento y realidad llevada a cabo en la plenitud de los tiempos, en Cristo Jesús.


Es lo que nos narra hoy san Juan en su evangelio. La voz de Cristo no sólo abrió el sepulcro de Lázaro, hediondo ya después de cuatro días, sino que abrió los sepulcros de todos aquellos que yacíamos en las mazmorras de las tinieblas del pecado y esperábamos la salvación de Dios.

Pero, ¿en qué sentido la resurrección de Lázaro anuncia la pascua cristiana? Estrictamente hablando, la resurrección de Lázaro fue más bien una “reviviscencia”, un volver a la misma condición de los mortales en este tiempo presente para volver a morir. Así también fue la resurrección de la hija de Jairo, la del joven de la viuda de Naim, la del hijo de la viuda de Sarepta por intercesión del profeta Elías, y la del hijo de la sunamita, por el profeta Eliseo.

La teología aclara que resurrección es el paso de esta vida mortal a otra indestructible, cuando Dios transforme nuestro cuerpo mortal en otro que no puede morir. Es lo que nos enseña hoy san Pablo en la Carta a los romanos. Pablo contrapone lo que es la vida según la carne y vida según el espíritu. Carne, aquí, es sinónimo de debilidad y de pecado; espíritu es sinónimo de gracia, de fuerza y de vida. El espíritu que nos anima a nosotros, los cristianos, es el espíritu de Cristo, del Cristo que venció y rompió las ataduras de la carne y resucitó con un cuerpo inmortal y glorioso.

Vivamos nosotros, los cristianos, vivificados por el espíritu de Cristo, ya en este mundo, con un cuerpo lleno de vida, de fuerza y de amor. Así también nuestro cuerpo mortal resucitará un día en un cuerpo inmortal y glorioso. Eso es lo que hemos de celebrar y vivir en la Pascua. Amén.

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