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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 12 de julio de 2011

Homilía XVI Domingo del Tiempo Ordinario



Ciclo A

Sab 12, 13.16-19 / Sal 85 / Rom 8, 26-27 / Mt 13, 24-43

«Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada».

En este domingo, continuamos meditando las “Parábolas del Reino”. Como la parábola del sembrador, también la del trigo y la cizaña va seguida de una explicación. Interpretaremos las parábolas de hoy dentro del contexto de Jesús hablando en medio del viejo Pueblo de Dios. En este sentido, no se debe perder de vista que las parábolas tienen en Mateo una función crítica respecto al viejo Pueblo.

La parábola de la cizaña continúa y avanza en la línea crítica de la parábola del sembrador. En la del sembrador, Jesús le echaba en cara a los fundamentalistas religiosos (el viejo Pueblo) el ser un continuo contratiempo para la cosecha. En la parábola de la cizaña, les echa en cara el ser precisamente “cizaña”, en cuanto “religiosos”.

De igual manera, las dos siguientes parábolas (grano de mostaza y levadura) son sinónimas. En ellas, se apunta a la última parte de la parábola del sembrador: “a pesar de los contratiempos, hay cosecha”. Les está diciendo que en cuanto religiosos, tampoco sois necesarios. Otros fructificarán abundantemente.

De alguna manera, Jesús nos está poniendo frente a una realidad del nuevo Pueblo de Dios y nos enseña que en el campo hay buenos y malos (pero los hombres no están en condiciones de saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos). La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de “los salvados”, sino el lugar donde podemos salvarnos. La Iglesia no se cierra a nadie.

El centro de la parábola no está en percatarnos de la presencia de la cizaña, ni tampoco meramente en el hecho de que más tarde el trigo será separado de la cizaña. El centro lo constituye el hecho de que la cizaña no sea arrancada ahora. Esto es lo que suscita la sorpresa y el escándalo de los siervos: esta política de Dios, esta paciencia suya.

Es lo que san Pablo nos plantea hoy en la Carta a los Romanos. ¿Cómo orar a Dios, cómo elevar a él nuestra súplica, cuando experimentamos en nuestra carne el mal y el daño de gente perversa que nos afecta directamente? Hermanos, no sabemos pedir ni orar ante esa situación. Necesitamos recurrir al Espíritu de Dios. Él viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Él intercede por nosotros con gemidos inefables. Él escudriña nuestros corazones y hace que nuestras intenciones sean según el corazón de Dios.

Hoy, precisamente, la liturgia nos hace pensar en la necesidad de ser movidos por el Espíritu de Dios para poder entender los “por qués” que no logramos entender ni asimilar al descubrir la presencia del mal en el mundo que nos rodea.

La parábola del Evangelio resulta, pues, transparente. El trigo y la cizaña; o sea, el bien y el mal, crecen juntos en una mezcla que el hombre es incapaz de desenmarañar; sólo el Señor podrá hacerlo a su tiempo. El bien y el mal, los santos y los pecadores, en la historia conviven juntos. Algunos quisieran tomarse la justicia por su mano. Jesús, en cambio, invita a compartir la paciencia y espera de Dios, a no ser fanáticos justicieros; exhorta a aprender de la tolerancia divina, que deja al pecador hasta el final la posibilidad de convertirse, «porque tú, en el pecado das lugar al arrepentimiento…, Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan» -1ra lectura- (Sabiduría 12, 19; 11,23).

La Palabra de Dios nos invita hoy a una tolerancia que no tiene nada que ver con “la indiferencia”. No se trata de no sentir, de no importarme el daño que me hagan. Muchas veces se sufre, se llora al experimentar ese mal que convive a nuestro lado, pero sabemos que somos capaces de vencerlo, ahogarlo con el bien. Sabemos que el mal no tiene la última palabra en nuestro entorno. Esta tolerancia de la que nos habla la parábola es derivada del amor. Es imagen de la paciencia divina, que no se cansa de esperar el cambio interior del hombre.

De todas maneras, la tolerancia exige de parte nuestra una formación de nuestra conciencia para poder responder al mal, con la verdad, mostrando a Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida. En otras palabras, esta convivencia junto a los pecadores y junto al mal, no nos puede dejar indiferentes frente a ellos, más bien nos impela a trabajar, a evangelizar.

Ante tantos que todavía no han escuchado la Buena Nueva de Jesucristo o no conocen la Verdad: ¿Dónde podemos hallar respuestas? El Espíritu nos orienta hacia Jesucristo. En Él, encontramos las respuestas que buscamos; (...) la fuerza para continuar el camino que dé origen a un mundo mejor. Amén.

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