"Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?" – Sal 14, 1
Hoy, “sentados a los pies del Señor”, como María de Betania, nos situamos dentro de la liturgia, como quien se siente hospedado bajo la tienda del Señor, bajo su morada. Participar de la liturgia de la Iglesia es situarnos bajo la tienda del Señor. En ella, nos sentimos acogidos, atendidos, hospedados por el mismo Señor.
Ante la pregunta del salmista, sólo cabe una respuesta: Puede entrar el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. Ahora bien, obrar rectamente frente a Dios, ser justo ante el Señor, conlleva saber corresponder con prontitud y generosidad a su gracia.
De eso, trata el relato del Génesis que leemos hoy. Nos situamos ante la visión misteriosa de Abraham en Mambré. Tres hombres misteriosos visitan a Abraham. San Agustín comenta: «Abrahán vio a tres, y adoró a uno sólo». Abrahán percibió intuitivamente en aquellos desconocidos la presencia divina y correspondió a ella. Acogió a Dios en su casa y eso es, sin duda, siempre una gracia. Como respuesta a esa gracia, Dios le va a dar el regalo del milagro de su descendencia.
El evangelio de hoy nos presenta otro caso de acogida al don divino. Jesús va a Betania y se hospeda en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. En aquel hogar había calor humano. Allí había amistad. Dice san Juan que: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5).
Jesús sabe de amistad. Sabe ser amigo. Jesús ha conocido y cultivado ese sentimiento tan precioso para los hombres como es la amistad. Los antiguos decían que la amistad es tener «una sola alma en dos cuerpos». Si el parentesco consiste en tener la misma sangre en las venas; la amistad se basa en tener los mismos gustos, ideales e intereses.
La amistad sólo se cultiva con el trato. Así definía santa Teresa de Jesús la oración mental: «tratar de amistad con quien sabemos nos ama». Esto es lo que aprendemos en Betania. Es estar a los pies del Maestro, de Jesús como María y servirle con todo lo que somos capaces como Marta.
San Pablo no hubiera sido capaz de mantener aquel empuje y celo apostólico si no hubiera sido porque mantenía una íntima experiencia de amistad con Jesucristo. Llegó a escribir: «Para mí, la vida es Cristo» (Flp 1, 21). Por eso hablaba con aquella fuerza, como decía hoy la segunda lectura: «Nosotros anunciamos a este Cristo; amonestamos a todo, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida de Cristo» (Col 1, 28).
Las audiencias del Papa Benedicto XVI hace unos años atrás las dedicó a comentar sobre los Padre de la Iglesia. Citando a Orígenes, decía que la intimidad con Cristo se da través de la vida de oración. «La comprensión de las Escrituras exige, no sólo estudio, sino intimidad con Cristo y oración. No existe otro camino para conocer a Dios sino el amor, y que no existe un auténtico “conocimiento de Cristo” sin enamorarse de él». Y para llegar a este conocimiento de Dios a través del amor, el Papa recomendaba, como lo hizo Orígenes, la lectura orante de la Palabra de Dios, más conocida como la «Lectio divina».
Pensemos hoy en todo lo que nos ha sugerido este evangelio. Cultivemos una amistad profunda, sincera, incondicional con Nuestro Señor Jesucristo, según los amigos de Betania. Seguramente Santa María, nuestra Madre, nos ayudará también a mejorar nuestra amistad con Jesucristo. Amén.
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