Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Sal 89
La escena que nos presenta hoy el Evangelio nos muestra cómo Nuestro Señor sacaba provecho de todas las circunstancias de la vida ordinaria para iluminarlas con la luz de la fe. Fijémonos en el hombre de la multitud del evangelio. Tenía una gran preocupación, probablemente era víctima de una injusticia y defraudado por su hermano, decidió acudir al Señor para que interviniera: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”.
¡Qué distinta hubiera sido para aquel hombre la respuesta del Señor si hubiera acudido en otra actitud! Quizás como la del salmista del Salmo 89, que nos propone la liturgia de hoy: “Señor, enséñame a calcular mis años, enséñame a ver lo que es la vida, solo así adquiriré un corazón sensato”. Pero no, su petición indicaba que tenía otra preocupación.
La respuesta de Jesús, seguramente fue decepcionante: “¿Quién me ha nombrado juez entre vosotros?” Jesús aprovecha la ocasión para enseñarnos sobre el uso de los bienes materiales: «Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» (Lc 12, 15-16).
Al Señor no le interesa ser árbitro ni juez en cuestiones de este mundo. Por legítima que fuera aquella cuestión, los intereses propios, personales, no son objeto de interés para la causa de Jesús.
El Evangelio, los valores de la fe, no pueden ser manipulados en provecho material de uno mismo. Es ahí donde entra la parábola del terrateniente, a la que Jesús alude. Un hombre hizo con su esfuerzo y trabajo tantas riquezas que no tenía dónde almacenarlas. La prosperidad de aquel hombre, seguramente fue fruto de su esfuerzo, cuántas madrugadas se habría pegado, bajo el peso del día y del calor. Hoy veía el fruto de su esfuerzo compensado, era un hombre exitoso. Sin embargo, su éxito le había vuelto miope. No alcanzaba a mirar más allá de sus posesiones.
Aquí se aplica la primera lectura de hoy, tomada del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”. Aquel hombre de la parábola no asimilaba la enseñanza del Quoelet: jamás debemos acumular muchos bienes, en perjuicio de la paz interior y el equilibrio. Por eso Jesús califica a este hombre de necio. «Necio, esta noche, te van a exigir la vida».
Jesús nos advierte que las riquezas pueden ahogar la sabiduría. También Jesús tuvo que luchar con los criterios mundanos de su tiempo, quisieron nombrarlo Mesías político, desestabilizador del dominio romano, que devolviera a Israel el esplendor de los tiempos de David y Salomón.
En nuestros días, se empeñan en crear una Iglesia nueva que se comprometa en el campo temporal y político, que no permanezca al margen de la lucha por la justicia en el campo de las opciones de partido. Intentan mezclar al sacerdote con banderías temporales que, por muy nobles que sean, están fuera de la misión específica de la Iglesia.
El Señor nos pone sobre aviso a todos. Lo importante, por lo tanto, no es amasar riquezas y honores, sino ser rico a los ojos de Dios. Sólo así podremos vivir serenos y tranquilos, sin temer ni a la muerte ni a la vida. «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.» (Col 3, 1-2).
Interesante lectura la de Lucas 12. Muy oportuno para la situacion fiscal que atraviesa Puerto Rico.
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