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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 10 de agosto de 2010

Homilía Solemnidad de la Asunción de la Virgen María


Apoc 11,19a; 12, 1.3-6a.10ab/ Sal 44/ 1-Cor 15, 20-27a / Lc 1, 39, 56

La fiesta de hoy nos hace contemplar en María nuestro horizonte, nuestra meta y un signo de esperanza. Casi podemos decir que se nos revela como «signo de los tiempos». Precisamente en la primera lectura de hoy, del capítulo 12 del Apocalipsis, se habla del signo de la mujer, que se da en un momento preciso de la historia para determinar en lo sucesivo la unión entre el cielo y la tierra.
Este texto contiene una referencia bíblica al «Protoevangelio» (Gn 3,15): «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él te pisará la cabeza, mientras hieres tú su calcañar». Aquella promesa del Antiguo Testamento, solo se puede descifrar a la luz del Nuevo. Es una promesa a la mujer, a través de la mujer. El tema cristológico y mariano está inseparablemente entrelazado.
Vivir esta fiesta dentro del contexto de transición cultural en el que vivimos, marcado por una “gran crisis de la verdad”, como decía el Papa Juan Pablo II, que no es otra cosa sino una “crisis de conceptos”, es más que nunca relevante celebrar la Fiesta de la Asunción de la Virgen. Ya que si no se tiene claramente definida la verdadera identidad de la persona humana, no se podrá defender tampoco la verdadera dignidad de la mujer y su correcta promoción en la comunidad civil y eclesial. La fiesta de hoy viene a ser un verdadero signo de esperanza.
La Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos subraya el tema inevitable de su corporeidad: este dogma dice que el cuerpo de María, cuerpo de mujer, es exaltado. Ante la postura de un llamado feminismo que pretende liberar a la mujer haciendo una critica las Sagradas Escrituras y a la Iglesia, ya que según éste, ambas transmiten una concepción patriarcal de Dios y están alimentadas por una cultura machista, la fiesta de hoy subraya precisamente lo contrario. Justamente el cuerpo femenino de María, exaltado en su Asunción, revoluciona esta idea. La corporeidad femenina está llamada a la transfiguración en el diseño de Dios.
María nos muestra la plenitud de la carne: la salvación no es una dimensión desencarnada. Las imágenes del Apocalipsis (la esposa, el banquete...), nos hacen intuir en forma simbólica que la plenitud no será sólo espiritual. En la Asunción de la Virgen podemos ver de algún modo, la voluntad divina de promover a la mujer. Ante las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano.
En María, podemos afirmar con el Apóstol San Pablo: "La muerte ha sido absorbida en la victoria" (1-Cor 15, 54-57). Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal que espera la humanidad.
Ayúdanos, Reina elevada al Cielo, a recordar que «el Reino de los Cielos no pertenece a los que duermen y viven dándose todos los gustos, sino a los que luchan contra sí mismos» (San Clemente de Alejandría), es decir, los que «se esfuerzan en entrar por la puerta angosta» (Lc 13, 22). Amén.

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