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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fiesta de la Sagrada Familia


«Levántate, toma al Niño y a su madre…» 
Mateo 2, 13

El misterio de la Sagrada Familia se nos revela entre luces y sombras. La comunión más perfecta entre José, María y el Niño se ve amenazada por la insidia y la maldad del poder secular que pretendía destruir su unión íntima, su sacralidad.
La felicidad y armonía interior que existía entre cada uno de ellos se tiene que enfrentar ante la súbita partida a tierras extranjeras, dar la cara al mal tiempo y a la inestabilidad de tener que vivir como extranjeros ante una cultura ajena, desconocida y contraria a su valores religiosos (Egipto). El regocijo de ver la mano de Dios en aquellos pastores que fueron a adorar al Niño y oír narrar las maravillas que se decía de él de parte de los ángeles que vieron los pastores; ahora se ensombrece por la mala noticia de quienes no le reconocen como Rey Mesías sino como impostor del trono terreno.
En el misterio de la Sagrada Familia se cumple lo que decía ayer el evangelio de Juan: «La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron... Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…». El mundo había sido hecho por Él y, sin embargo, el mundo no le conoció. Vale la pena recalcar que si vino al mundo y estaba en el mundo, fue desde el seno de una familia.
Al proponernos hoy la Liturgia la figura de la Sagrada Familia, lo hace para que la tengamos como punto de referencia, ejemplo maravilloso, modelo para toda familia en la tierra y para la familia religiosa también. El acontecimiento de la Familia de Nazaret, así como en toda familia natural y en toda familia religiosa, lo que es común es la fuente de cohesión de los vínculos de sus miembros, que no es otra cosa sino el amor. Lo dice san Pablo hoy en la segunda lectura: «Y sobre todas las virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión» (Col 3, 12-14).
En la sagrada familia, cada miembro tiene un rol importante. San José supo asumir su rol de padre sacando adelante a la familia. También santa María, como modelo de unidad familiar, reconoce el rol de José y no interfiere. Ella deja obrar a José en su rol de padre y custodio de la familia. Ella se muestra dócil, confiada, solidaria y a la vez subsidiaria con el rol del jefe de familia. Aquel «Hágase en mí según tu palabra» al Ángel, ahora se prolonga en una aceptación confiada y segura hacia el que hace las veces de custodio de la familia.
Si en la Encarnación, el Hijo de Dios, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (GS, 22), análogamente podemos decir que se ha unido a cada familia. Es por eso que la Iglesia tiene como camino primordial de su tarea evangelizadora servir a las familias. Tanto el hombre como la familia constituyen “el camino de la Iglesia” –en palabras de Juan Pablo II. Si Cristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”, lo hace empezando por la familia en la que eligió nacer y crecer.
Nosotros, los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad que creen en los valores de la familia y de la vida no podemos ceder a las presiones de una cultura que amenaza los fundamentos mismos del respeto de la vida y de la promoción de la familia.
Recemos para que las familias crezcan en la conciencia de ser "protagonistas" de la "política familiar" y asuman la responsabilidad de transformar la sociedad.
Amén.

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