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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 7 de diciembre de 2010

Homilía III Domingo de Adviento


Ciclo A
Is 35,1-6.10 / Sal 145 / Sant 5,7-10 / Mt 11,2-11

«La alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo» 
Isaías 62, 5

Dios alimentó la esperanza de su pueblo por miles de años en base a un mensaje de alegría. ¡Así, cualquiera estará dispuesto a esperar! Las profecías mesiánicas están siempre enmarcadas en un contexto de animar a la alegría. El texto de la profecía de Isaías de hoy es un ejemplo más: «Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que se alegre y de gritos de júbilo, que se regocije el desierto y el yermo… porque verán la gloria y el esplendor, la belleza de nuestro Dios» (Isaías 35 1-6). Vale la pena esperar, cuando se alcanzará ver tanto. Vale la pena sentir nostalgia por lo que aún no vemos, cuando quien promete es fiel y cumple cabalmente su palabra.
Por eso, «que se robustezcan las rodillas vacilantes, que se fortalezcan las manos cansadas, que los corazones apocados digan: ¡Ánimo! No teman, he aquí que su Dios viene ya para salvarnos» (1ra lectura).
Nuestra espera es gozosa. Por eso Santiago el Apóstol, en su epístola invita a la paciencia a los cristianos. «Sean pacientes hasta la venida del Señor, aguarden también ustedes con paciencia y mantengan el ánimo, porque la venida del Señor está cerca. Tomen por ejemplo de paciencia en el sufrimiento a los profetas». El ánimo del que habla Santiago no es otra cosa sino saber esperar con alegría.
No es posible un adviento sin alegría. La espera que confiamos alcanzar nos llena de motivos de alegría. Y la razón de ser de este gozo y alegría es la cercanía de la salvación de Dios. El señor está cerca. Ante un Dios que se alegra al allegarse a nosotros, y que nos trae un mensaje de salvación y alegría, no cabe otra actitud de parte nuestra.
Pensemos en las veces que hemos intentado buscar otros caminos para encontrar la felicidad fuera de Dios, al final solo hemos hallado infelicidad y tristeza. Fuera de Dios no hay lugar para la alegría verdadera. Y como dice Jesús en el Evangelio de hoy, a los discípulos de Juan el Bautista: «Dichoso el que no se sienta defraudado de mí». De modo que Aquel que es la fuente de la alegría y la plenitud de toda la revelación de Dios, fue aún para algunos, motivo de escándalo. Prefirieron otras alegrías a la Fuente de la Alegría.
Las alegrías del mundo se nutren de las diversiones. La palabra divertirse viene de su raíz latina, “divertere” que significa dispersar, desparramar, verter fuera. Ese es el fruto de las alegrías mundanas, disipan los sentidos al exterior, evaden al hombre a la realidad. Desvían nuestra mirada del mundo interior, pero no por mucho tiempo, porque el hombre no puede dejar de buscar y dar sentido a su mundo interior, a su verdad sustancial, a su ser espiritual. Por eso esa alegría basada en lo exterior le hace sentir nuevamente la soledad y el vacío. Cuando no encuentra a Dios dentro de sí.
La alegría cristiana no depende del estado de ánimo, ni de la salud, ni de ninguna otra causa humana, sino de ver y estar cerca de Dios. Dijo Jesús en la Última Cena: «Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar» (Jn 16, 22).
La cercanía de Dios cambia el panorama de nuestra vida. Así fue para san Juan Diego, al ser objeto de las delicias de María en el Tepeyac. Ella cambió su vida, le dio una nueva manera de vivir, su vida nunca fue igual después de haber visto el rostro hermoso de la Señora a quien él llamaba “Mi Niña”, la más pequeña, siguiéndole el juego a la Señora. No quiso vivir más en su casita, sino que le pidió al Obispo Zumárraga la posibilidad de vivir al lado del santuario de la Virgen. Allí vivió hasta su muerte, sirviendo a los peregrinos y manteniendo limpio el lugar. Sus delicias fueron para siempre estar cerca de la Señora. Y hoy disfruta del gozo perdurable para el cual vivió en la tierra. Amar a Dios y ver a Dios cara a cara, la alegría de amar a Dios no puede compararse con ninguna otra. Hoy nos alegramos de darle un nuevo sitio en nuestra Parroquia a Nuestra Señora. Motivo suficiente como para que vivas y mueras alegremente. Amén.

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