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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 14 de diciembre de 2010

Homilía IV Domingo de Adviento


Ciclo A
Is 7, 10-14 / Sal 23, 1-6 / Rom 1, 1-7 / Mt 1, 18-24


«El Señor, por su cuenta os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».
Isaías 7, 14

Ya casi en el umbral de la Navidad, el último domingo de Adviento resalta a nuestra consideración, a través de la sagrada escritura, la necesidad de descubrir el signo de Dios, la señal por la que los hombres aprenderán a “entrar en su voluntad”. Se trata de un signo inaudito, inusitado, insólito. Algo nunca visto: “la virgen está encinta”. Así lo manifestó el profeta Isaías: «He aquí que una doncella (almah) está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». San Mateo, le va a atribuir a ése oráculo un significado cristológico y mariano, porque cuando narra el suceso de la anunciación a San José, añade: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen (párthenos) concebirá y dará a luz un hijo…».
El término “almah”, de Isaías alude simplemente una mujer joven, no necesariamente virgen. Sin embargo, la traducción griega de los LXX (siglo II a.C), al traducir el vocablo hebreo con el término “párthenos”, virgen, no se trata de una simple particularidad de traducción, sino una misteriosa orientación del Espíritu Santo a las palabras de Isaías, que prepararían la comprensión del nacimiento extraordinario del Mesías.
De todas maneras, es el mismo profeta Isaías, quien más adelante afirma el carácter excepcional del nacimiento del Emmanuel: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y es su nombre “Maravilla de consejero”, “Dios fuerte”, “Padre perpetuo”, “Príncipe de paz”» (Is 9,5). La exaltación del hijo, la comparte también la mujer que lo ha concebido y dado a luz.
Todo esto preparó la revelación del misterio de la maternidad virginal de María y el evangelio de san Mateo, al citarlo proclama su perfecto cumplimiento mediante la concepción de Jesús en el seno virginal de María. Dios ha querido en su designio salvífico, que el Hijo unigénito naciera de una virgen. La concepción virginal, excluye una paternidad humana, y afirma que el único padre de Jesús es el Padre celestial. Hoy contemplamos a María, como figura que nos llevará a la Navidad, ella nos trae al Salvador.
Nadie tiene a su Dios tan cercano como nosotros. Dios con nosotros, tan con nosotros que se hace hombre, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Más aún, ese “Dios con nosotros”, se hace “Dios en nosotros”. Como dice Jesús: “Vendremos a él y haremos en él nuestra morada”.
El ejemplo de san José y la Virgen, contrastan con aquel rey Acaz. Tanto José como María supieron “entrar en la voluntad de Dios” sin vacilar. José, cambió inmediatamente sus planes ante lo que Dios le reveló. No puso obstáculo al plan divino, tampoco la Virgen. El “virgen” de espíritu, acepta que la propia vida y la propia existencia no tienen otro sentido sino “vivir en Dios y para Dios”, se vive en obsequio a Dios por correspondencia a su amor.
Esa es la señal de la virginidad en María. No fue el ángel quien le pidió a ella que permaneciera virgen. Es María la que revela en el evangelio su propósito de virginidad. Y en esa elección de ella se revela su dedicación y consagración total al Señor mediante una vida virginal. Obviamente, en el origen de toda vocación está la iniciativa divina. Ella no hubiera podido acoger ese don si no se hubiera sentido llamada y sin haber recibido del Espíritu Santo la fuerza necesaria para ofrecerse de esa manera.
          La contemplaremos estos días navideños con mucha devoción, como “madre- virgen” ella nos introducirá en un camino nuevo y profundo de cómo relacionarnos con Dios. Amén.

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