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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 11 de mayo de 2011

Homilía IV Domingo de Pascua


Ciclo A
Hech 2, 14.36-41 / Sal 22 / 1-Pe 2, 20-25 / Jn 10, 1-10

«Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya» - Antífona de Comunión

El mismo Pedro que predicaba en Jerusalén el día de Pentecostés con tanta energía, sin justificar el pecado del pueblo, les anunciaba con esperanza la salvación por el arrepentimiento de los pecados; es el que nos dejó escrito en su epístola estas palabras que leemos en la segunda lectura, que nos colocan frente al universo de posibilidades de quien cambia de conducta y vuelve su rostro a Dios: «Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas» (1-Pe 2, 25).

La muerte de Cristo no ha sido en balde. Él mismo dijo antes de morir: «No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel» (Mt 15, 24). De modo que, al ser crucificado, oró por aquellas que se ensañaban contra él, diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). De modo que, demostró en su muerte haber obrado como Pastor y Guardián de nuestras almas, redimiendo a las ovejas con su sangre y liberándolas del hambre con el pan de su cuerpo.

Hoy la Iglesia celebra el IV Domingo del tiempo pascual, tradicionalmente conocido como el Domingo del Buen Pastor, y a través de la Liturgia de la Palabra, somos catequizados e instruidos en el sentido pastoral de la muerte de Cristo. El Evangelio nos recuerda que Cristo es a la vez Pastor del pueblo y Cordero de Dios entregado en sacrificio. Porque se entregó hasta la muerte para salvar al pueblo, sin conservar para sí nada, hemos sido salvados, pues andábamos descarriados como ovejas. Jesús es Pastor porque ha renunciado a su vida, haciéndose Cordero de Dios entregado para la salvación de todos.

A la verdad, en el pasaje evangélico de hoy tiene más relieve la metáfora de la "puerta" que la del "pastor". De todas maneras, la imagen hay que entenderla en referencia obligada al misterio pascual. Cristo se ha convertido en "la puerta de las ovejas", en Mediador único por el que pueden salvarse los hombres, en virtud de su muerte-resurrección: “Tenemos entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús; contamos con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea de su carne” (Hb 10. 19; Mt 27. 51). Es, pues, la misma humanidad pascual de Cristo la que se ha convertido en puerta de acceso al “santuario”, a los bienes de la salvación, a “los pastos”, a “la vida abundante”.

Antes de subir al Padre, Cristo resucitado confió a unos hombres su misma misión pastoral, para que su obra salvadora se hiciera eficazmente presente para todas las generaciones. No le suceden ni le suplantan. Son signos de su presencia y testigos de su amor de entrega. Cristo sigue siendo el único Pastor auténtico, presente a su Iglesia a través de la actividad ministerial de sus representantes.

Pero para ser sus representantes tienen un requisito indispensable: “deben entrar por la puerta”. La metáfora de la “puerta” insinúa el camino que recorrió el mismo Jesús, “caminando delante de las ovejas”, “dejándoles un ejemplo”, su humilde servicio, su entrega a la muerte, que hizo de él “Pastor Supremo” y “Pastor auténtico”. No les queda otro camino de legitimación a los que quieren ejercer en la Iglesia un ministerio pastoral. Recemos hoy por las vocaciones sacerdotales, para que sean imagen de tan Buen Pastor. Amén.

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