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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 18 de mayo de 2011

Homilía V Domingo de Pascua


Ciclo A
Hch 6, 1-7 / sal 32 / 1-Pe 2, 4-9 / Jn 14, 1-12

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»

El Evangelio de hoy y de los próximos domingos nos coloca ante el discurso pronunciado por Jesús después de la última cena, antes de padecer. En los próximos dos domingos, meditaremos los textos sucesivos de este discurso, pero a la luz de la Pascua. Hoy nos detenemos en el discurso de despedida (Jn 14, 1-12), al final del cual los apóstoles y Cristo "se levantan", terminada la reunión. El próximo domingo se continúan los temas principales que hoy desarrollamos; y luego (Jn 17), meditaremos la oración "sacerdotal" de Cristo a su Padre.

El ambiente de esta primera parte del discurso es de inquietud y tristeza por parte de los apóstoles, ante el aparente abandono de Cristo. Jesús les anuncia que todos se reunirán en torno al Padre y les garantiza su presencia entre ellos por el amor y el conocimiento que de El tendrán. Este pasaje evoca dos temas bíblicos importantes: el de la casa y el de la ruta.

La casa de Dios designa el Templo de Jerusalén. Pero Jesús ha dejado bien patente, que la verdadera morada del Padre no podía confundirse con esta casa de comercio y de contratación. Dio a entender, asimismo, que Él mismo era esta casa de Dios (Jn 2,20-22) y, en Él, serán acogidos todos los hombres con mayor hospitalidad que en el templo de Sión. En esta primera parte de su discurso, hace ver que la casa del Padre es la gloria en la que Él entrará pronto y adonde no pueden seguirle los que aún no hayan vencido la muerte y el pecado. La casa llega a ser, según esto, no tanto un lugar como una manera de existir sumergido en la vida divina y en la comunión con el Padre.

La imagen de la casa evoca sin esfuerzo alguno la de los caminos que a ella conducen: éxodo que lleva a la Tierra Prometida, peregrinaje que nos pone en el Templo, camino de regreso del destierro. Este tema del camino introduce la idea de la mediación de Cristo. Lo mismo que la estancia del Padre excluye un lugar físico, material, siendo más bien experiencia interna de comunión con Él; de igual modo el camino que lleva a esa unión cae fuera de toda localización física, pues es una vivencia íntima en que se confunden autor y receptor de la misma, comunicada por Dios a los hombres mediante la enseñanza de su "verdad" y la comunicación de su "vida".

Jesús se nos presenta hoy, a los apóstoles y a nosotros, como aquel que da sentido pleno a la existencia, como el que es capaz de satisfacer nuestro deseo de felicidad, de gozo, de vida plena. Siguiéndole a él, aceptándolo a él como camino, yendo con él, todos los valores humanos, todas las esperanzas e ilusiones humanas se hacen más plenas, más ricas; todos los esfuerzos que hacemos los hombres al servicio de una vida mejor pueden llegar más a fondo, pueden alcanzar una amplitud insospechada.

Jesús es la Verdad porque es la revelación exacta del Padre. Es Vida porque, a partir de Él, puede el hombre participar de la comunión con Dios vivo y es, sobre todo, Camino, por el hecho de haber vivido en Sí mismo la transfiguración, bajo el influjo de la gloria de Dios, de la humanidad fiel, y por haber comunicado esta experiencia a sus hermanos. Es morada de Dios, porque en Él y con Él la humanidad encuentra al Padre y participa de su vida. Si Cristo es Camino, Verdad y Vida hemos de aspirar a poseerle sólo a Él. «¡Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo! » - dijo san Josemaría Escrivá de Balaguer- Sólo Él llena todas nuestras aspiraciones. Amén.

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