¡Bienvenidos!



«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 2 de agosto de 2011

Homilía XIX Domingo del Tiempo Ordinario



Ciclo A

I-Re 10, 9-13 / Sal 84 / Rom 9, 1-5 / Mt 14, 22-33

Tener fe en Jesús

Para entrar en el “Reino de los Cielos”, hay que tener fe en Jesús. Hemos venido meditando por varios domingos “las parábolas del reino”. Hemos sido instruidos sobre las propiedades de ese Reino que él vino a instaurar. Pero hoy Jesús, parece advertirnos que para entra al reino de los cielos se requiere además, de parte de nosotros, fe en Jesús.

El Reino de Dios requiere que los discípulos aprendan a tener fe en Jesús. El problema es que Jesús se revela como “el Dios hecho hombre” y no es fácil hacer un acto de fe en un Dios Creador que se revela bajo la forma de una criatura. Sería mucho más fácil creer ante lo irrefutable y lo evidente. Pero Dios, rompe los esquemas del hombre.

Ni siquiera la escritura sagrada, al describirnos las manifestaciones de Dios, logra expresar ni agota toda su trascendencia. Contemplemos, por ejemplo, la primera lectura de hoy tomada del primer Libro de los Reyes. El profeta Elías había iniciado un largo camino que lo conducirá al monte Horeb.

Después de una larga caminata, antes de llegar al monte, en donde tendrá lugar el encuentro misterioso con Yahveh, Elías superará toda desolación interior e incertidumbre cuando Dios se manifieste en un viento ligero, suave, apenas perceptible, como un susurro, en el silencio y la soledad de la montaña. Expresando así su misteriosa espiritualidad y su delicada bondad con el hombre débil. A veces, parece que el mundo, el mal, la experiencia del pecado son superiores a nuestras fuerzas. Sin embargo, el amor de Dios sale a nuestro encuentro y nos dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

También, el Evangelio de hoy nos da una enseñanza sobre este modo de obrar Dios en la vida de cada uno. Después de la multiplicación de los panes, Jesús reacciona de un modo desconcertante. Cuando todas las gentes lo buscaban para celebrar su triunfo, Cristo se retira a orar en soledad a la montaña.

Luego, se hace presente ante sus discípulos de un modo desconcertante también. Al igual que aquella suave brisa desconcertó a Elías. Ya en alta mar, las olas se agitan, el viento es contrario y la barca amenaza ruina. De repente, aparece Jesús caminando por las aguas. Una teofanía del todo singular.

La situación de los apóstoles en la barca en medio de la tormenta, se puede comparar con la situación del cristiano en medio del mundo. El cristiano no tiene propiamente seguridades humanas.


San Pablo nos ayuda a entender que la fe debe informar no sólo la inteligencia, sino también la voluntad y el corazón: nuestro ser entero. En su carta a los Romanos, hoy nos dice cómo lamenta el hecho de que los de su raza no hayan aceptado este mensaje de salvación que proviene solo del encuentro con Jesucristo. Se ofrecería él mismo en oblación con tal de que llegaran a aceptarlo. Y declara que Cristo es Dios bendito por los siglos.

Al igual que San Pablo, necesitamos absolutamente una nueva orientación a nuestra vida. Mirar fijamente a Jesús con fe, disipando toda tormenta y desasosiego, llegaremos a identificarnos de tal manera con Él que nos haremos uno en él, a tener sus mismos sentimientos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario