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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 9 de agosto de 2011

Homilía XX Domingo del Tiempo Ordinario




«Mujer, ¡Qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas»
Mt 15, 28

Al meditar el Evangelio, nos llama la atención la capacidad de admiración de Jesús ante la fe de los paganos. En una ocasión, fue ante un centurión pagano en Cafarnaún, que le dijo: «Señor, no te molestes; yo no soy quién para que entres bajo mi techo», y por su humildad recibió de Jesús aquel elogio: «En ningún israelita he encontrado tanta fe» (Mt 8,10). Hoy, al contemplar el relato de la cananea, escuchamos de igual manera una expresión de admiración por parte de Jesús ante la fe sencilla y humilde de aquella mujer pagana: «Mujer, ¡Qué grande es tu fe!».

¿Qué hay detrás de aquella petición que agradó tanto a Jesús? Sin duda, hay un interés personal. Quizá el punto de partida no sea lo bastante puro, pero si el movimiento culmina en un sincero acercamiento a Jesús. ¿Qué más da? Ya cuidará Él de purificarlo, si es necesario.

Hoy, queremos aprender de la mujer cananea a confiar en los movimientos sinceros de nuestro corazón. La "lucha" que esta mujer mantiene con Jesús, nos recuerdan aquellas enseñanzas de nuestro Maestro: "pedid…, buscad..., llamad". Su perseverancia le obtuvo la respuesta: "Recibiréis..., hallaréis..., se os abrirá".

Metiéndonos en el texto del Evangelio y su contexto, nos damos cuenta de que la escena no tiene lugar en Israel, sino en territorio pagano. Al designar a la mujer como cananea, un judío entiende todo lo que de seductor y peligroso implicaba el paganismo para la fe “yahvista”. El texto está lleno de sorpresas. Primero, que una extranjera de a Jesús el título típicamente judío de hijo de David; segundo, el silencio desconcertante de Jesús y luego su respuesta a la demanda de los discípulos; tercero, la presentación de la mujer en el v. 25 en gesto de adoración a Dios, gesto característico en el evangelio de Mateo para expresar la actitud creyente ante Jesús. Una cuarta sorpresa es la respuesta de Jesús a la mujer: "No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros", haciendo suyo el afrentoso y despreciativo apelativo de perros, que los judíos aplicaban a los paganos. Y la quinta y última sorpresa sería la reacción de la mujer pagana, que no aspira a suplantar, sino sencillamente a participar. Todo este conjunto de sorpresas, especialmente elaboradas por Mateo, no parecen tener otra función que la de preparar y resaltar la frase final de Jesús. "¡Qué grande es tu fe, mujer!".

Con esta frase, la mujer cananea representa la caída del muro de separación entre judíos y paganos. San Pablo lo expresa, diciendo: "Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios... Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno" (Gál. 26, 28).

Jesús, al elogiar la fe de la mujer y curar a su hija, muestra que, para él, la fe tiene una fuerza superior a cualquier planteamiento o prejuicio: la fe salva siempre. Para Jesús, la fe es siempre algo más fuerte que cualquier otro planteamiento previo. Allí donde hay fe, Jesús actúa. Y fe, aquí, significa convencimiento de que Jesús es la Vida y el Camino.

Hoy somos invitados a examinar si nuestra fe es verdadera y firme, si nos fiamos totalmente de Jesús. Por otra parte, debemos examinar cómo es nuestro diálogo con Jesús en la oración. El diálogo con la cananea es modelo. La mujer tiene claro que lo que Jesús puede aportarle es fundamental para su vida, y pone en marcha todo: súplica, confianza, convencimiento, tozudez, incluso una cierta adulación.


La mujer está decidida a no dejarlo escapar, y no lo dejará escapar. ¿Tiene esa intensidad nuestro trato personal con Jesús? ¿Es tan deseado, tan convencido? Sin duda, tenemos que aprender de aquella pagana.

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