Ciclo B
Ex 20,1-7 / Sal 18 / 1 Cor 1,22-25 / Jn 2,13-25
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo
para los judíos, necedad para los griegos» - 1 Co 1,22
Esta frase del apóstol san Pablo, que leemos hoy en la
segunda lectura, nos sirve de base para entrar en esta como “segunda etapa de
la Cuaresma”, que comenzamos hoy. Le llamo así porque a partir de este tercer
domingo del ciclo B, la liturgia estará marcada por tres evangelios de san Juan
que nos presentarán diferentes aspectos del camino “muerte-resurrección” que
celebraremos en la Pascua.
La frase de san Pablo responde al choque que la
predicación del Evangelio supondrá para la razón humana. En efecto, la
salvación de Dios no llegará bajo los signos espectaculares del poder ni de la
razón, como pensaban los judíos y los griegos, sino bajo los signos del
“escándalo de la Cruz”. La sabiduría de Dios revelada en la predicación del
Evangelio supondrá la antítesis de las expectativas del hombre.
Con todo, hay que afirmar, que Dios ha sido todo un
pedagogo en la manera de preparar al hombre al conocimiento de su Sabiduría
divina, le ha preparado a la salvación. Otra cosa es que el hombre en su
necedad desvirtuara su enseñanza.
Veamos el sentido de la etapa de la historia de la
salvación que constituye la formación de Israel como pueblo peculiar, bajo la
guía de Moisés. Si con Abraham, Dios se reveló bajo el ángulo de la promesa
gratuita, y luego en la etapa de Noé, la alianza entre Dios y los hombres, se
presentó bajo el aspecto cósmico, ahora, bajo la guía de Moisés, se manifiesta
en forma de Ley minuciosa y determinada. El Decálogo es la esencia de la
alianza, la gran ley comunitaria de amor a Dios y al prójimo.
El judaísmo exagerará el aspecto jurídico externo y
todo lo reducirá al mero cumplimiento, a la acumulación de obras. Olvidaron que
la alianza, en su realidad profunda, es don y respuesta de amor. Por eso los
profetas, profundizando en esa relación amorosa, nos lo presentarán con
imágenes más sugestivas: la del amor entre esposo-esposa, o la del padre-hijo. La
alianza no es algo estático; es un don que exige un esfuerzo diario. Por eso se
renueva frecuentemente en un marco cultual. La comunidad, libremente –ya la
alianza es un don de Dios que libera– se compromete a cumplirla.
Es en este sentido que Cristo se siente urgido a hacer
reaccionar al Israel de su tiempo. Al expulsar a los vendedores del templo, Jesús
está diciendo: «El celo de tu casa me devora, porque el culto que me tributa
este pueblo ha perdido su valor». Los judíos exigirán a Jesús un
"signo", una prueba divina que lo acredite. El templo tenía el
sentido de significar la presencia de Dios en medio del pueblo; ahora esta
presencia de Dios se manifiesta de un modo mucho más pleno en Jesús. La muerte
de Jesús no va a significar la destrucción de la presencia de Dios entre los
hombres, sino la supresión de cualquier otro templo que no sea el cuerpo
glorioso del Resucitado, santuario en el que habita la plenitud del Espíritu
Santo. La Pascua será nuestro paso al acceso de este Dios que nos invita a
entrar en comunión con Él, por Él y con Jesucristo. Amén.
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