Ciclo B
2-Cro 36,14-16.19-23 / Sal 136 / Ef 2,4-21 / Jn 3,
14-21
«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga vida eterna en Él.» Jn 3, 14-15
Hemos llegado al cuarto Domingo de Cuaresma, llamado
también Domingo "Laetare", debido a la antífona gregoriana del
Introito de la Misa, tomada del libro del Profeta Isaías (Is. 61,10): «Regocíjate,
Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis...». Como vemos, la liturgia
de este Domingo se ve marcada por la alegría; ya que, se acerca el tiempo de
vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo, durante la Semana Santa.
Cabría preguntarnos: ¿Por qué alegrarnos si
contemplaremos la dolorosa consecuencia de nuestros pecados descargada en la
pasión de Nuestro Señor Jesucristo? Sin duda, la conversión a la que la cuaresma
nos invita es una llamada a asomarnos al abismo infernal de nuestro pecado,
pero también, al abismo divino del amor misericordioso de Cristo y del Padre.
Es Cristo crucificado la respuesta a nuestro pecado,
es decir, sólo mirándole a Él no desesperaré ante la gravedad de mis pecados. Él
es el signo que el Padre levanta en medio del desierto de este mundo, para que
todo el que le mire, con fe, con el corazón contrito y humillado, no perezca
sino que alcance vida eterna. En Él se nos descubre el infinito amor de Dios,
ese amor inmenso, asombroso, desconcertante.
«La serpiente en el desierto» no podía curar ni dar
vida, cuando los israelitas pecadores la miraban creían en Aquel que había
ordenado a Moisés que la hiciera, y Él los curaba. Lo mismo que los israelitas
al mirar la serpiente de bronce quedaban curados de las consecuencias de su
pecado (Núm 21,4-9), así también nosotros hemos de mirar a Cristo levantado en
la cruz. Estas últimas semanas de cuaresma son ante todo para mirar
abundantemente al crucificado con actitud de fe contemplativa: «Mirarán al que
traspasaron». Sólo salva la cruz de Cristo (Gál 6,14) y sólo contemplándola con
fe podremos descubrir y experimentar la misericordia de Dios, que con su perdón
nos limpia de nuestros pecados.
La contemplación de la cruz tiene que llevar a
contemplar el amor que está escondido tras ella, e infunde la seguridad de
sabernos amados: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito…».
Gracias a este amor de Dios a los hombres, más fuerte que el pecado y que la
muerte, el mundo tiene remedio, todo hombre puede tener esperanza, en cualquier
situación en la que se encuentre, por lejos que se crea de Dios.
Este amor gratuito e inmerecido es el que hace exultar
a san Pablo (Ef 2, 4-10). Estando muertos por los pecados, Dios nos ha hecho vivir,
nos ha salvado por pura gracia, sacándonos literalmente de la muerte. Este es
el amor que se vuelca sobre nosotros en esta Cuaresma. Esta es la gracia nueva
que se nos regala y por la cual hoy exultamos de alegría.
A la luz de tanto amor y tanta misericordia entendemos mejor la gravedad enorme de nuestros pecados, que nos han llevado a la muerte; y que al pueblo de Israel le llevó al destierro. Nosotros también “hemos multiplicado las infidelidades, hemos imitado las costumbres abominables de los gentiles (no creyentes), hemos manchado la casa del Señor, nos hemos burlado de los mensajeros de Dios, hemos despreciado sus palabras…”
A la luz de tanto amor y tanta misericordia entendemos mejor la gravedad enorme de nuestros pecados, que nos han llevado a la muerte; y que al pueblo de Israel le llevó al destierro. Nosotros también “hemos multiplicado las infidelidades, hemos imitado las costumbres abominables de los gentiles (no creyentes), hemos manchado la casa del Señor, nos hemos burlado de los mensajeros de Dios, hemos despreciado sus palabras…”
Ahora bien, el que Dios sea
rico en misericordia no significa que nuestros pecados no tengan importancia.
Significa que su amor es tan potente que es capaz de rehacer lo destruido, de
crear de nuevo lo que estaba muerto. Cuando el hombre se
acerca a la Verdad de Dios por el camino de Cristo, además de encontrarse con «El Verdadero», se encuentra a sí mismo de verdad. Amén.
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