Ciclo B
Jer 31,31-34 / Sal 50 /
Heb 5, 7-9 / Jn 12, 20-33
«Cuando
yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jn 12, 32
Al pedir hoy en
el Salmo responsorial: «Oh Dios, crea en
mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme», de alguna
manera nos identificamos con aquella nueva Alianza que profetizó Jeremías, en
la primera lectura, después de haber sufrido por la ruina de su pueblo, Israel,
con el destierro a Babilonia, cuando ahora de parte de Dios, anuncia, por
primera vez en todo el Antiguo Testamento, una Nueva Alianza. La primera Alianza:
"Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo", no queda abrogada a pesar
de la dureza del corazón de su pueblo; pero esta nueva Alianza será más
perfecta, más interior. No quedará grabada, como la de Moisés, en unas tablas
de piedra, sino que "Meteré mi ley en su pecho –dice el Señor–, la
escribiré en sus corazones… todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y
no recuerde sus pecados".
Lo que el
profeta Jeremías intuyó desde la penumbra del Antiguo Testamento, nosotros lo
vemos ya cumplido plenamente en Cristo Jesús. La Nueva Alianza la selló El con
su Sangre en la Cruz. Las lecturas de hoy nos dicen lo que le costó. «Aprendió sufriendo a obedecer», dice el
autor de la carta a los Hebreos. Sería una falsa imagen de Jesús, imaginarlo
como un superhombre, impasible, estoico, por encima de todo sentimiento de
dolor o de miedo, de duda o de crisis. Esta segunda lectura de hoy nos hace
descubrir la intimidad del corazón de Cristo en su pasión, al darnos detalles
que no constan en el evangelio: «Cristo,
ante la muerte, pidió ser librado de ella con lágrimas y gritos».
Esa es la más
honda consecuencia de su Encarnación. Tenemos un mediador, un Pontífice, que no
es extraño a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos y
nuestras experiencias de dolor, de duda y de fatiga. Lo ha experimentado en su
propia carne. Y así es como ha realizado entre Dios y la Humanidad la definitiva
Alianza. Obedeciendo hasta la cruz, "se ha convertido para todos los que
le obedecen en autor de salvación eterna".
Pero su muerte
no tiene la última palabra. "Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Cristo nos ha mostrado
el camino de la vida eterna. «El que
quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor.
El que se ama a sí mismo, se pierde». Celebrar la Pascua supone renunciar a
lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. La novedad de vida que Cristo nos
quiere comunicar. Esto supone lucha. Esto comporta muchas veces dolor,
sacrificio, conversión de caminos que no son pascuales, que no son conformes a
la Alianza con Dios. Nuestra Eucaristía hace que participemos de toda la fuerza
salvadora de la nueva alianza en su sangre.
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