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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 20 de marzo de 2012

Homilía V Domingo de Cuaresma



Ciclo B

Jer 31,31-34 / Sal 50 / Heb 5, 7-9 / Jn 12, 20-33

«Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jn 12, 32

Al pedir hoy en el Salmo responsorial: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme», de alguna manera nos identificamos con aquella nueva Alianza que profetizó Jeremías, en la primera lectura, después de haber sufrido por la ruina de su pueblo, Israel, con el destierro a Babilonia, cuando ahora de parte de Dios, anuncia, por primera vez en todo el Antiguo Testamento, una Nueva Alianza. La primera Alianza: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo", no queda abrogada a pesar de la dureza del corazón de su pueblo; pero esta nueva Alianza será más perfecta, más interior. No quedará grabada, como la de Moisés, en unas tablas de piedra, sino que "Meteré mi ley en su pecho –dice el Señor–, la escribiré en sus corazones… todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados".
Lo que el profeta Jeremías intuyó desde la penumbra del Antiguo Testamento, nosotros lo vemos ya cumplido plenamente en Cristo Jesús. La Nueva Alianza la selló El con su Sangre en la Cruz. Las lecturas de hoy nos dicen lo que le costó. «Aprendió sufriendo a obedecer», dice el autor de la carta a los Hebreos. Sería una falsa imagen de Jesús, imaginarlo como un superhombre, impasible, estoico, por encima de todo sentimiento de dolor o de miedo, de duda o de crisis. Esta segunda lectura de hoy nos hace descubrir la intimidad del corazón de Cristo en su pasión, al darnos detalles que no constan en el evangelio: «Cristo, ante la muerte, pidió ser librado de ella con lágrimas y gritos».
Esa es la más honda consecuencia de su Encarnación. Tenemos un mediador, un Pontífice, que no es extraño a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos y nuestras experiencias de dolor, de duda y de fatiga. Lo ha experimentado en su propia carne. Y así es como ha realizado entre Dios y la Humanidad la definitiva Alianza. Obedeciendo hasta la cruz, "se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna".
Pero su muerte no tiene la última palabra. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Cristo nos ha mostrado el camino de la vida eterna. «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. El que se ama a sí mismo, se pierde». Celebrar la Pascua supone renunciar a lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. La novedad de vida que Cristo nos quiere comunicar. Esto supone lucha. Esto comporta muchas veces dolor, sacrificio, conversión de caminos que no son pascuales, que no son conformes a la Alianza con Dios. Nuestra Eucaristía hace que participemos de toda la fuerza salvadora de la nueva alianza en su sangre.

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