Ciclo B
Hch 3,
13-15.17-19 / Sal 4 / 1 Jn 2, 1-5 / Lc 24, 35-48
«Mirad mis manos y mis
pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene
carne y huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39).
Durante el
tiempo Pascual centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. En la
primera lectura vemos cómo Pedro inaugura la misión de la Iglesia proclamando
valientemente la necesidad de la conversación para responder al designio divino
de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
San Pedro les
dice a los israelitas que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y
decreto divinos. Todos los profetas habían anunciado este misterio, la muerte
del Mesías había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios,
sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios.
Pero aunque los profetas hayan predicho esta muerte y los judíos lo hayan hecho
por ignorancia, no por eso están excusados. Por eso les dice: «Arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados». De este modo, aquel que
es «Víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero»
-como dice san Juan en la segunda lectura- es causa de salvación sólo si
nuestras obras dan signos de conversión y penitencia. Por eso el anuncio de la
Pascua es una llamada a la conversión.
Dicho esto,
meditemos el Evangelio de este tercer domingo de Pascua. El texto parte de una
situación idéntica a la del domingo pasado (Jn. 20,19-31). San Lucas nos coloca
en un mismo escenario, caída de la tarde del domingo, los discípulos reunidos
en un local de Jerusalén, y ocurre la llegada inesperada de Jesús. Al igual que
el evangelio de Juan, a Lucas tampoco le interesa el cómo y el modo de esta
llegada. Lo importante es el hecho: Jesús está ahí, expresando deseos de paz.
Llenos de miedo
por la sorpresa, los once y sus acompañantes creían ver un fantasma. A Lucas le
interesara subrayar la problemática de la identidad del Resucitado. ¿Es el
mismo Jesús de antes de morir? ¿Resucitado y Jesús son la misma persona? Sabemos
que Lucas es un escritor crítico, escribe su evangelio indagando a los testigos
oculares. Y en los Hechos de los Apóstoles, dice que la condición indispensable
para cubrir la vacante de Judas dentro de los doce es el haber convivido con
Jesús desde el principio hasta el final, es decir, el haber sido testigo ocular
de su vida.
Sólo bajo esta
condición se puede ser testigo de la resurrección de Jesús. Por eso hace
hincapié en el número de los once (y doce en Hechos), porque sólo ellos cumplen
esta condición y son, por lo tanto, los únicos que ofrecen la garantía crítica
incuestionable para poder creer que el Resucitado y Jesús son la misma persona.
Gracias a ellos podemos hoy, veinte siglos después, creer tranquilos.
Por otra parte,
Lucas toca también el problema de la hermenéutica. Nos invita a leer y apreciar
el Antiguo Testamento. Sin él la luz de Jesús resucitado queda privada de
cuerpo y de razón de ser. El Antiguo Testamento no es la imperfección, sino el
camino que todos seguimos para llegar a Jesús resucitado. La palabra de hoy nos
invita a dejarnos transformar por el perdón que nos ofrece la persona de Jesús
Resucitado. Amén.
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