PASCUA DE RESURECCIÓN
«Si Cristo no
ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en nuestro
testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo» (1 Co 15, 14s).
San Pablo resalta con estas palabras de manera tajante la importancia que tiene
la fe en la resurrección de Jesucristo para el mensaje cristiano en su
conjunto: es su fundamento. La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del
testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos.
Si se prescinde
del dato de la resurrección, Jesús no sería más que una personalidad religiosa
fallida, una personalidad que, a pesar de su fracaso, seguiría siendo grande,
pero permanecería en una dimensión puramente humana, y su autoridad sólo sería
válida en la medida en que su mensaje nos convenciera o no. El criterio de
medida para creerle sería entonces únicamente nuestra valoración personal que elige
lo que le parece útil. Entonces, estaríamos abandonados a nosotros mismos, ser
cristiano dependería en última instancia de nuestra valoración personal.
Sólo si Jesús
ha resucitado, ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la
situación del hombre. Entonces, Él, Jesús, se convierte en el criterio del que
podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente. Que Jesús
sólo haya existido o que, en cambio, exista también ahora depende de la resurrección. En el «sí» o el
«no» a esta cuestión no está en juego un acontecimiento cualquiera, sino la
figura de Jesús como tal.
Por tanto, es
necesario escuchar con una atención particular el testimonio de la resurrección
que nos ofrece el Nuevo Testamento. Al leer los relatos de la resurrección,
considerados desde el punto de vista histórico, nos llevan a preguntarnos ¿Qué
pasó allí? A los testigos que lo presenciaron, no les es nada fácil de
expresar. Se encontraron ante un fenómeno totalmente nuevo, que superaba toda
experiencia previa. Dice san Marcos, que cuando los discípulos bajaban del
monte de la transfiguración, se preguntaban entre sí qué quería decir Jesús con
aquello de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9,9s).
El milagro de
la resurrección de Jesús no se trata meramente de un cadáver reanimado. En tal
caso ¿qué importancia tendría para nosotros? La resurrección de Jesús ha
consistido en un romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente
nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte,
sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión
de ser hombre. Es un salto cualitativo en el ser. En la resurrección de Jesús
se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que
interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la
humanidad.
«Si los muertos
no resucitan, tampoco Cristo resucitó… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los
muertos: el primero de todos» (1 Co 15,16.20). Es un hecho vinculado
inseparablemente a la resurrección de los cristianos. Es un acontecimiento
universal o no es nada, viene a decir Pablo. Y sólo si la entendemos como un
acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la
existencia humana, estaremos en el camino justo para interpretar el testimonio
de la resurrección en el Nuevo Testamento. Amén.
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