Ciclo B
Hch 10, 25-26.34-35.44-48 / Sal 97 / 1 Jn 4, 7-10 /
Jn 15, 9-17
«En el día de las madres»
En este sexto
domingo de Pascua, las palabras de la primera epístola de Juan (4, 7-10) que
leemos en la 2da lectura,
expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana. Se trata de la
imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su
camino.
Como nos
recuerda el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, «No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva» (n.1). Este acontecimiento es el amor de Dios manifestado
en la entrega de su Hijo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (Jn 3, 16).
La fe
cristiana, pone el amor en el centro. «En esto se manifestó entre nosotros el
amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos
por él la vida» (1 Jn 4, 9). Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (v.
10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del
amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
La mejor prueba
del amor de Dios la tenemos precisamente en la Pascua que estamos celebrando
desde hace seis semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos nosotros,
comunicándonos su vida. Si bien podemos resaltar de Dios su inmenso poder, su
sabiduría, su santidad, hoy hemos escuchado una definición sorprendente: «Dios
es amor». Y ahí está el punto de partida de todo y un segundo paso es constatar
que Cristo Jesús es la personificación perfecta de ese amor. En Cristo vemos el
amor de Dios en acción. Cristo nos muestra su amor: «Ya no os llamo siervos, os
llamo amigos». Y lo puede decir con pleno derecho, porque es el que mejor ha
hecho realidad esa palabra: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos».
El Cristo de la
Pascua, el entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que puede hablar
de amor. Porque vivió como quien sirve a los demás, se entregó hasta la muerte
(la mayor prueba de amor) y no se buscó a sí mismo. Finalmente, ante esta
revelación y propuesta del amor de Dios: ¿Cómo respondo? La respuesta de Jesús
es clara: «Amaos unos a otros». Sólo el que ama a los demás «ha nacido de Dios»,
sólo el que ama «conoce a Dios».
Hoy, la
sociedad civil recuerda a las madres, subrayando el aspecto sentimental como
estrategia comercial de intereses capitalistas. ¿Qué le puedo regalar a mi
madre para decirle que le amo? – piensan algunos -. Para nosotros, la Palabra
de Dios celebrada en la fe eucarística, nos hace elevar nuestro pensamiento a
esa mujer que por su vocación de ser portadora de vida, nos refiere a Dios, nos
enseña a dar de lo propio para que otro viva, nos enseña a ser cooperadores con
el plan divino de la creación, a amar a todos como reflejo de un Dios que ama
con entrañas de madre y a abrirnos a su amor para alcanzar la vida. ¡Dios
bendiga a nuestras madres! Amén.
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