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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 8 de mayo de 2012

Homilía VI Domingo de Pascua




Ciclo B
Hch 10, 25-26.34-35.44-48 / Sal 97 / 1 Jn 4, 7-10 / Jn 15, 9-17

«En el día de las madres»
En este sexto domingo de Pascua, las palabras de la primera epístola de Juan (4, 7-10) que leemos en la 2da lectura, expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana. Se trata de la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.
Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n.1). Este acontecimiento es el amor de Dios manifestado en la entrega de su Hijo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (Jn 3, 16).
La fe cristiana, pone el amor en el centro. «En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida» (1 Jn 4, 9). Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (v. 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
La mejor prueba del amor de Dios la tenemos precisamente en la Pascua que estamos celebrando desde hace seis semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos nosotros, comunicándonos su vida. Si bien podemos resaltar de Dios su inmenso poder, su sabiduría, su santidad, hoy hemos escuchado una definición sorprendente: «Dios es amor». Y ahí está el punto de partida de todo y un segundo paso es constatar que Cristo Jesús es la personificación perfecta de ese amor. En Cristo vemos el amor de Dios en acción. Cristo nos muestra su amor: «Ya no os llamo siervos, os llamo amigos». Y lo puede decir con pleno derecho, porque es el que mejor ha hecho realidad esa palabra: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
El Cristo de la Pascua, el entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que puede hablar de amor. Porque vivió como quien sirve a los demás, se entregó hasta la muerte (la mayor prueba de amor) y no se buscó a sí mismo. Finalmente, ante esta revelación y propuesta del amor de Dios: ¿Cómo respondo? La respuesta de Jesús es clara: «Amaos unos a otros». Sólo el que ama a los demás «ha nacido de Dios», sólo el que ama «conoce a Dios».
Hoy, la sociedad civil recuerda a las madres, subrayando el aspecto sentimental como estrategia comercial de intereses capitalistas. ¿Qué le puedo regalar a mi madre para decirle que le amo? – piensan algunos -. Para nosotros, la Palabra de Dios celebrada en la fe eucarística, nos hace elevar nuestro pensamiento a esa mujer que por su vocación de ser portadora de vida, nos refiere a Dios, nos enseña a dar de lo propio para que otro viva, nos enseña a ser cooperadores con el plan divino de la creación, a amar a todos como reflejo de un Dios que ama con entrañas de madre y a abrirnos a su amor para alcanzar la vida. ¡Dios bendiga a nuestras madres! Amén. 

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