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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 2 de mayo de 2012

Homilía V Domingo de Pascua




Ciclo B
Hch 9, 26-31 / Sal 21 / 1 Jn 3, 18-24 / Jn 15, 1-18

«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada.» Jn 15, 5

Al igual que el pasado domingo, con en el evangelio del Buen Pastor, nos sorprendíamos con la afirmación de Jesús: «Yo soy el buen Pastor»; ahora nos interpela la afirmación absoluta de Jesús: «Yo soy la verdadera vid».
Tales afirmaciones debemos escucharlas desde la experiencia pascual y con la fe en la resurrección del Señor. Jesús vive y es para todos los creyentes el único autor de la vida y el principio de su organización. Jesús es la cepa, la raíz y el fundamento a partir del cual se extiende la verdadera "viña del Señor". Entre los sarmientos y la vid hay una comunión de vida con tal de que aquéllos permanezcan unidos a la vid. Si es así, también los sarmientos se alimentan y crecen con la misma savia. Jesús ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo, y lo estará si le somos fieles. El no abandona a los que no le abandonan.
El es quien hace posible que la Iglesia pueda seguir dando fruto como la primera comunidad cristiana, de la que seguimos escuchando y aprendiendo en la 1ra lectura durante este tiempo pascual, tomada del libro que narra aquellos primeros pasos de la Iglesia, los Hechos de los Apóstoles. Hoy se nos dice que «la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría y se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo». ¡Qué hermosa manera de decirnos que en ella se dan los “frutos” de los que habla Jesús en el Evangelio de hoy.
Permanecer en Cristo, dar frutos en Cristo, es permanecer unidos a la Iglesia de Cristo. San Pablo no fue "apóstol" en sentido estricto, ya que no fue uno de los Doce, y por eso se ciñó en su predicación al testimonio de los apóstoles o Tradición Apostólica. De ahí la importancia de este primer contacto con Pedro en Jerusalén que escuchamos hoy.
Para san Pablo, haber pasado de “fariseo convencido y perseguidor de la Iglesia” a ser fiel creyente supuso un cambio, que le invirtió todos sus valores y sus criterios. Llegó el día en el que Jesús se le puso delante, y tuvo la evidencia de que precisamente aquel camino que él perseguía era el camino que le podía dar la vida, el camino que Dios había prometido a su pueblo desde siempre.
La experiencia profunda de la unión con Jesús, de pertenecerle, de participar de su vida, es lo que hizo posible, no sólo la conversión de san Pablo sino también el nacimiento de la primera comunidad de creyentes, capaces transformar toda su existencia en un permanecer unidos a Jesús y en Jesús. Amén. 

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