Ciclo B
Hch 9, 26-31 / Sal 21 / 1 Jn 3, 18-24 / Jn 15, 1-18
«Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante,
porque sin mí no podéis hacer nada.» Jn 15, 5
Al igual que el
pasado domingo, con en el evangelio del Buen Pastor, nos sorprendíamos con la
afirmación de Jesús: «Yo soy el buen Pastor»; ahora nos interpela la afirmación
absoluta de Jesús: «Yo soy la verdadera vid».
Tales
afirmaciones debemos escucharlas desde la experiencia pascual y con la fe en la
resurrección del Señor. Jesús vive y es para todos los creyentes el único autor
de la vida y el principio de su organización. Jesús es la cepa, la raíz y el
fundamento a partir del cual se extiende la verdadera "viña del
Señor". Entre los sarmientos y la vid hay una comunión de vida con tal de
que aquéllos permanezcan unidos a la vid. Si es así, también los sarmientos se
alimentan y crecen con la misma savia. Jesús ha prometido estar con nosotros
hasta el fin del mundo, y lo estará si le somos fieles. El no abandona a los
que no le abandonan.
El es quien
hace posible que la Iglesia pueda seguir dando fruto como la primera comunidad
cristiana, de la que seguimos escuchando y aprendiendo en la 1ra lectura
durante este tiempo pascual, tomada del libro que narra aquellos primeros pasos
de la Iglesia, los Hechos de los Apóstoles. Hoy se nos dice que «la Iglesia
gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría y se iba construyendo y
progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu
Santo». ¡Qué hermosa manera de decirnos que en ella se dan los “frutos” de los
que habla Jesús en el Evangelio de hoy.
Permanecer
en Cristo, dar frutos en Cristo, es permanecer unidos a la Iglesia de Cristo.
San Pablo no fue "apóstol" en sentido estricto, ya que no fue uno de
los Doce, y por eso se ciñó en su predicación al testimonio de los apóstoles o
Tradición Apostólica. De ahí la importancia de este primer contacto con Pedro
en Jerusalén que escuchamos hoy.
Para
san Pablo, haber pasado de “fariseo convencido y perseguidor de la Iglesia” a
ser fiel creyente supuso un cambio, que le invirtió todos sus valores y sus
criterios. Llegó el día en el que Jesús se le puso delante, y tuvo la evidencia
de que precisamente aquel camino que él perseguía era el camino que le podía
dar la vida, el camino que Dios había prometido a su pueblo desde siempre.
La
experiencia profunda de la unión con Jesús, de pertenecerle, de participar de su
vida, es lo que hizo posible, no sólo la conversión de san Pablo sino también el
nacimiento de la primera comunidad de creyentes, capaces transformar toda su
existencia en un permanecer unidos a Jesús y en Jesús. Amén.
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