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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 15 de mayo de 2012

Solemnidad de la Ascensión del Señor



Ciclo B
Hch 1, 1-11 / Sal 46 / Ef 1, 17-23 / Mc 16, 15-20

«El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.» Mc 16, 19

Nos dice el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret (vol. II), que «Todo adiós deja tras de sí un dolor». El Papa plantea el dato curioso de que después de la partida de Jesús en cuerpo y alma a los cielos, dejando a los Apóstoles solos ante la humanidad entera, a la que tienen que convencer del testimonio de la resurrección, éstos no se quedaron tristes, ni apesadumbrados, ni acobardados ante la ingente misión que tenían en sus manos. Todo lo contrario; dice el texto de san Lucas que «volvieron a Jerusalén llenos de alegría y alababan a Dios» (Lc 24, 50-53), y el texto de san Marcos nos dice que «fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban» (v. 20).
Lo cual nos indica que los discípulos no se sienten para nada abandonados, no creen que Jesús se haya desvanecido. Evidentemente, están conscientes de una presencia nueva de Jesús. Están conscientes de que “El Resucitado” está presente entre ellos. Ahora de una manera nueva y poderosa porque “actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban”. Ellos saben que «la derecha de Dios», donde Él está ahora «enaltecido», implica un nuevo modo de su presencia, que ya no se puede perder; el modo en que únicamente Dios puede sernos cercano.
Nos dice el Papa Benedicto XVI que «La alegría de los discípulos después de la ascensión corrige nuestra imagen de este acontecimiento. La ascensión no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.»
Ahora entendemos plenamente aquella palabras en la sobremesa de la última cena: «vuestra tristeza se convertirá en gozo… también vosotros ahora estáis tristes, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo» (Jn 16, 20-22). La alegría cristiana no es producto de conjeturas sobre un futuro halagüeño o un presente de beneplácito. «El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y –fundándose en eso – contribuir activamente a dar testimonio a favor de Jesucristo».
Jesús no se ha marchado, sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros y por nosotros. «Me voy y vuelvo a vuestro lado» (Jn 14, 28). Esta frase expresa formidablemente lo que significa el “irse” de Jesús, que es al mismo tiempo su “venir” para quedarse con nosotros. Y si está con nosotros, es siempre Emmanuel, y causa de una alegría desbordante y permanente. La ascensión es la fiesta de la Presencia Permanente de Dios con nosotros. Alegrémonos y comuniquemos esta presencia viva de Jesús. Amén. 

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