Ciclo B
Hch 1, 1-11 /
Sal 46 / Ef 1, 17-23 / Mc 16, 15-20
«El
Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de
Dios.» Mc 16, 19
Nos dice el
Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de
Nazaret (vol. II), que «Todo adiós deja tras de sí un dolor». El Papa
plantea el dato curioso de que después de la partida de Jesús en cuerpo y alma
a los cielos, dejando a los Apóstoles solos ante la humanidad entera, a la que
tienen que convencer del testimonio de la resurrección, éstos no se quedaron
tristes, ni apesadumbrados, ni acobardados ante la ingente misión que tenían en
sus manos. Todo lo contrario; dice el texto de san Lucas que «volvieron a
Jerusalén llenos de alegría y alababan a Dios» (Lc 24, 50-53), y el texto de
san Marcos nos dice que «fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y
el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los
acompañaban» (v. 20).
Lo cual nos
indica que los discípulos no se sienten para nada abandonados, no creen que
Jesús se haya desvanecido. Evidentemente, están conscientes de una presencia
nueva de Jesús. Están conscientes de que “El Resucitado” está presente entre
ellos. Ahora de una manera nueva y poderosa porque “actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los
acompañaban”. Ellos saben que «la derecha de Dios», donde Él está ahora
«enaltecido», implica un nuevo modo de su presencia, que ya no se puede perder;
el modo en que únicamente Dios puede sernos cercano.
Nos dice el
Papa Benedicto XVI que «La alegría de los discípulos después de la ascensión
corrige nuestra imagen de este acontecimiento. La ascensión no es un marcharse
a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos
experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.»
Ahora
entendemos plenamente aquella palabras en la sobremesa de la última cena:
«vuestra tristeza se convertirá en gozo… también vosotros ahora estáis tristes,
pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro
gozo» (Jn 16, 20-22). La alegría cristiana no es producto de conjeturas sobre
un futuro halagüeño o un presente de beneplácito. «El cristianismo es
presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y
–fundándose en eso – contribuir activamente a dar testimonio a favor de
Jesucristo».
Jesús no se ha
marchado, sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre
presente junto a nosotros y por nosotros. «Me voy y vuelvo a vuestro lado» (Jn
14, 28). Esta frase expresa formidablemente lo que significa el “irse” de
Jesús, que es al mismo tiempo su “venir” para quedarse con nosotros. Y si está
con nosotros, es siempre Emmanuel, y causa de una alegría desbordante y
permanente. La ascensión es la fiesta de la Presencia Permanente de Dios con
nosotros. Alegrémonos y comuniquemos esta presencia viva de Jesús. Amén.
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