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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 6 de junio de 2012

Homilía X Domingo del Tiempo Ordinario



SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Ciclo B
Ex 24,3-8 /Sal115 / Heb 9,11-15 / Mc 14,12-16.22-26

«Oh Dios, que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión, concédenos venerar de tal modo los  sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención».

            Con esta hermosa oración comienza la liturgia de esta fiesta, y ella nos introduce en el deseo de venerar el misterio de la fe, manifestado y oculto en la realidad del Sacramento de la Eucaristía. Cada comunión eucarística debería causar en nosotros los frutos y efectos de la redención que Cristo ofreció en el Sacrificio de la Cruz. La Eucaristía es, en efecto, el sacramento del memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.
         Por el acontecimiento eucarístico, puede gozar la Iglesia entera de una continua presencia viviente de Cristo en medio de su pueblo. Se actualiza sacramentalmente el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y así podemos participar personalmente de la misma vida divina del Corazón del Hijo de Dios, hecho hombre para hacernos a los hombres hijos de Dios.
         Hoy la Iglesia abre sus templos para manifestar su fe ardiente y su alegría fervorosa por la Presencia Real de Cristo en la Sagrada  Eucaristía. “Sacramento-Presencia”, porque en él se encuentra Cristo presente, quien es fuente de todas las gracias. “Sacramento-Sacrificio”, porque en él se actualiza el sacrificio de Cristo en la Cruz, es memorial de su pasión, muerte y resurrección. “Sacramento-Comunión”, porque es la unión íntima con Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre y, por ende, de su vida divina.
En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: «Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre» (Mt 26, 26. 28). Pero el Cristo presente en la Eucaristía es el Cristo ya glorificado, que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz del vino: "Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos" (Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20).
Al analizar estas palabras, a la luz de la tradición bíblica, descubrimos dos referencias significativas: la primera es la expresión "sangre derramada", que, en Génesis 9, 6 es sinónimo de muerte violenta. Y la segunda consiste en la precisión "por muchos", que alude a los destinatarios de esa sangre derramada. Esta alusión nos remite a un texto fundamental de la Escritura, el cuarto canto de Isaías: con su sacrificio, "entregándose a la muerte", el Siervo del Señor "llevó el pecado de muchos" (Is 53, 12; Hb 9, 28; 1 P 2, 24).
Esa misma dimensión sacrificial y redentora de la Eucaristía se halla expresada en las palabras de Jesús sobre el pan en la última Cena, tal como las refiere la tradición de san Lucas y san Pablo: «Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros» (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24). Aludiendo también al texto de Isaías: «Se entregó a la muerte (...), llevó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores» (Is 53, 12). En ella se cumple la alianza celebrada en el Sinaí cuando Moisés derramó la mitad de la sangre de las víctimas sacrificiales sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (Ex 24, 5-8).
Finalmente, afirmamos con la iglesia nuestra fe en la Eucaristía: "El sacrificio eucarístico es la fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en el sacramento" (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium, 3). Amén.

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