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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 20 de junio de 2012

Homilía XII Domingo del Tiempo Ordinario




Ciclo B
Solemnidad de San Juan Bautista
Is 49,1-6 / Sal 138 / Hch 13,22-26 / Lc 1, 57-66

«Desde el vientre me formó siervo suyo; para que le trajese a Jacob, 
para que le reuniese a Israel»  Is 49, 3

Estas palabras del Profeta Isaías no podrían ser mejor aplicadas sino al Precursor del Señor, san Juan Bautista. En efecto, hoy la Iglesia hace un alto más dentro del ciclo de domingos del tiempo ordinario para conmemorar la figura del “Mayor entre los nacidos de mujer” (Lc 7, 28) – como dijo Jesús -.
Siempre me ha llamado la atención una escena del Evangelio que narra un evento de la vida del Bautista cuando estaba preso por Herodes Antipas, ya que Juan le había reprochado que viviera con la mujer de su hermano Filipo. Juan veía venir el fin de su vida y queriendo encaminar hacia Jesús a sus discípulos, envió a dos de ellos a preguntarle: “¿Eres tú el [Mesías] que ha de venir, o debemos esperar otro?” (Lc. 7, 19).
San Lucas narra la escena y dice: “Llegados a Él, le dijeron: Juan Bautista nos envió a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? En aquella misma hora, [Jesús] curó a muchos de enfermedades, y de llagas, y de espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos. Y respondiendo, les dijo: ‘Id a referir a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia el Evangelio; y bienaventurado aquel que no se escandaliza de mi” (Lc. 7, 20-23).
San Lucas continúa diciendo: “Habiendo partido los mensajeros de Juan, comenzó Él a decir acerca de Juan a la muchedumbre: ¿Qué habéis salido a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? [...] Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, yo os digo, y más que profeta. Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti. Yo os digo: entre los nacidos de mujer, no hay mayor profeta que Juan Bautista; pero, el que es menor en el Reino de Dios es mayor que él” (Lc. 7, 24-28).
Este elogio de Jesús a San Juan Bautista revela la grandeza del discípulo. San Juan Bautista era más que un profeta, pues era el Precursor del Mesías, y su misión consistía en predicar al pueblo la oración y la penitencia en vista del Reino de Dios que se aproximaba, y, al llegar el Mesías, señalarlo al pueblo. San Juan Bautista cumplió eximiamente su misión.
Juan fue quien dio testimonio de lo que vio, y cumplió lo que se le mandó. «Vi al Espíritu bajar del cielo en forma de paloma, y reposar sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me mandó a bautizar en agua me dijo: ‘Aquel sobre quien vieras bajar y reposar el Espíritu, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Yo lo vi; y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Jn. 1, 29-34).
Sin embargo, después de Jesús decir que “entre los nacidos de mujer” nadie es mayor que Juan Bautista, paradójicamente añade: “el que es menor en el Reino de Dios es mayor que él”. Detrás de estas palabras hay una gran riqueza doctrinaria: al comparar la misión de profetizar de San Juan Bautista con el pertenecer al Reino de Dios nos está diciendo que pertenecer al Reino es más grande que llegara ser profeta. En otras palabras, por mayor que fuese la dignidad del profeta Precursor del Mesías, esa dignidad era menor que el ingreso, por el Sacramento del Bautismo, en el Reino de Dios que Jesucristo vino a instituir con la Santa Iglesia Católica, y para lo cual contribuyó mucho la prédica de San Juan Bautista.
La dignidad de pertenecer a la Iglesia Católica es mayor que la dignidad de los que vivían en el Antiguo Testamento. San Juan Bautista no tenía la menor duda a este respecto, tanto así que decía: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya”.
Aprendamos las lecciones de humildad y fidelidad a la gracia que nos ha dado “el servidor bueno y fiel” que fue san Juan Bautista. Amén.

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