Ciclo B
Sab 1, 13-25 / Sal 29,/ II - Cor 8, 7-9.13-15. / Mc 5,
21-43.
«No temas; basta que tengas fe» Mc 5, 36
En este domingo duodécimo del Tiempo Ordinario la
Liturgia nos propone dos milagros de Jesús. Ambos milagros van a requerir una
disposición previa por parte del que los pide: la fe. Hoy meditamos en dos ejemplos
de fe, en la figura de “la hemorroísa” y de “Jairo”.
¿Quién era Jairo? Era el jefe de la sinagoga de
aquella localidad, por tanto, el responsable local de la religión judía. Nos
dice el relato de san Marcos que es Jairo el que sale al encuentro de Jesús. Nos
asombra la actitud de aquel escriba, sale al encuentro del Señor y se postra
suplicante ante Él por su hija, que agonizaba. La fe de aquel hombre, su
sencillez desde la categoría de su cargo y su humildad, conmueven al Señor.
Cuenta, el relato que camino a la casa de Jairo, Jesús
es seguido por una gran muchedumbre, y una mujer que padecía un flujo de sangre
(hemorroisa) desde hacía 12 años, trata de acercarse a Jesús. A diferencia de
Jairo, la mujer no se atrevió a pedirle públicamente que le hiciera un milagro.
¿Por qué aquella mujer no pidió un milagro a Jesús
cuando es patente que tenía mucha fe? – Hay que entender las circunstancias del
momento. Su enfermedad era considerada una “impureza legal”. Estaba prohibido
tocar o acercarse a una mujer en esas circunstancias. Era una enfermedad que ni
se podía mencionar. No podía clamar como la cananea que su hijo estaba
muriendo, si hablaba la rechazarían.
En el milagro de la hemorroísa aflora la personalidad
de una mujer en la que se juntan la timidez y la audacia. Por una parte es
tímida o temerosa, pues no se atreve a pedir el milagro a Jesús directamente.
Por otra, su fe le lleva a creer que con sólo tocar la orla del vestido de
Jesús bastará para curarse. Muchos pensarían que su actuar era excesivo, que
quizá era una fanática, o que estaba loca. Pero lo cierto es que a los ojos de
Dios su modo de actuar fue grato y quedó curada. Dios busca la fe y eso es lo
que movía a aquella buena y atribulada mujer.
La fe es la condición de todo milagro, pero en éste
hay un matiz nuevo: tocar el vestido de Jesucristo. El trato con Dios es
espiritual, pero como también somos cuerpo, Dios ha querido instituir unos
signos sensibles de su gracia, que son los sacramentos, señales sensibles que
causan la gracia, y al mismo tiempo la declaran, como poniéndola delante de los
ojos.
Dios se nos da a través de algo sensible como el agua
en el bautismo, el aceite en la unción de los enfermos, y, sobre todo, en el
pan eucarístico, en el que más que tocarle podemos comerle. ¡Que grandeza de
Dios que se nos hace tan próximo! Verdaderamente es “Dios con nosotros”. Nuestra
actitud ante los sacramentos debería ser lo más cercana posible a la de la
hemorroísa pues como dice San Ambrosio tocó delicadamente el ruedo del manto,
se acercó con fe, creyó y supo que había sido sanada… así nosotros, si queremos
ser salvados, toquemos con fe el manto de Cristo: El manto de Cristo son los
sacramentos.
Comenta San Agustín: ”Ella toca, la muchedumbre
oprime. ¿Qué significa ‘tocó’ sino ‘creyó‘? (Tratado sobre el evangelio de san Juan. 26,3). Necesitamos tocar al
Señor con la fe de aquella mujer en todos los sacramentos.
Por otro lado, le dicen a Jairo, -“¿Por qué molestar
al maestro?”, si ya tu hija ha muerto. Solo quedaba orar, pensarían. Pero el
Señor apuntala la fe de Jairo, como apuntala la nuestra a través de los
sacramentos. Nos dice: “No temas, tan sólo ten fe” (Mc. 5, 36). No le pide otra
cosa. Esa fe que tuvo al acudir al Señor para salvar a su hija. Ante el dolor
humano, solo la fe es capaz de aliviar.
“No temas, tan sólo ten fe”. Con estas palabras el
Señor desea liberarnos de nuestros miedos, de nuestros temores, de nuestras
dudas. Tan sólo la confianza en El, nos dará seguridad de saber que Él tiene el
control de todo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario