Ciclo B
Pr 9,1-6 / Sal 33 / Ef
5,15-20 / Jn 6, 51-58
«Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida» Jn 6, 55
Continuamos la
lectura ininterrumpida del capítulo sexto del Evangelio según san Juan sobre la
promesa de la institución de la Eucaristía. Hoy quisiera detenerme en la
consideración del aspecto de “banquete” o “comida” implicado en la Eucaristía.
«Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado» - leíamos en el Libro
de Proverbios, propuesto hoy como primera lectura-. Esa imagen del banquete
festivo es una frecuentemente utilizada en la Sagrada Escritura para anunciar
la llegada del Mesías, llena de bienes y prefigura la llegada de la Sagrada
Eucaristía, en la que Cristo se nos da como alimento. Precisamente, las
palabras finales de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, nos invitan a comer su
carne y beber su sangre.
En la Escritura
vemos cómo la comida puede tener también un carácter sagrado, esto tanto en las
religiones paganas como en la cultura hebrea. En los cultos del Oriente bíblico
(Moab, Canaán) los banquetes sagrados suponían que participando de la víctima
se lograba una apropiación de los poderes divinos. Por otra parte, en Israel,
la comida sagrada era un rito destinado no a crear, sino a confirmar “una
alianza”. Así, la comida pascual era un memorial de las “maravillas obradas por
Dios” a favor de su pueblo al rescatarle de la esclavitud de Egipto y comer las
primicias de la tierra era recordar la providencia continua de Dios que vela
por los suyos.
En el
Deuteronomio se narran las “comidas sagradas” en las que se reúne todo el
pueblo en el lugar escogido por Dios para su presencia, y con el cual el pueblo
conmemora con acción de gracias las bendiciones de Dios, alabándole con sus
propios dones. Esta celebración se imponía con la oración, el canto, la danza,
de tal forma qu se hacía como un festín.
¿No es acaso de
esto lo que hablaba hoy san Pablo en la lectura de los Efesios? «Recitad,
alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el
alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre,
por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (vv. 19-20). En las
celebraciones litúrgicas los cánticos son manifestaciones de júbilo por los
inmensos dones de Dios, tanto en lo material cuanto en lo espiritual. Así ha de
ser nuestra participación en la liturgia de la Iglesia.
Todo esto nos
hace pensar en cómo ha de ser nuestra participación al acercarnos a la
Eucaristía. Si Cristo se nos entrega como verdadera comida y verdadera bebida
en la Eucaristía, “¡Oh sagrado convite, en el que se recibe a Cristo, el alma
se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!” – reza una
antigua antífona del culto eucarístico-. El banquete es imagen muy empleada en
la Sagrada Escritura para describir el gozo y la felicidad que alcanzaremos con
Dios. Ahora en la comunión, tenemos el anticipo y la garantía de esa unión
definitiva e íntima con Dios. «El que me come vivirá por mí». Al comulgar
entramos no sólo en comunión con Cristo mismo, sino que entramos de alguna
manera al Cielo ya aquí en la tierra. ¡Pasmémonos ante esta realidad inefable!
Amén.
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