Ciclo B
Jos 24,1-2.15-18 / Sal 33 / Ef 5,21-32 / Jn
6,61-70
«Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros
creemos»
Hoy concluimos este ciclo de catequesis eucarísticas
que durante cinco domingos han alimentado nuestra fe, al meditar el capítulo
seis del evangelio de san Juan. La escena que hoy contemplamos nos estremece.
Digo esto porque el primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, al
igual que el anuncio de su pasión los escandalizó. Escuchamos hoy cómo algunos
de los discípulos de Jesús dieron marcha atrás. «Es duro este lenguaje, ¿quién
puede escucharlo?» - dijeron - (Jn 6, 60). La Eucaristía y la cruz son piedras
de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. Pero
el Señor no se retracta de su verdad: «¿También ustedes quieren marcharse?» (Jn
6, 67). Hoy, esa palabra resuena en nuestro corazón. No como un reproche, sino
como una invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene «palabras de vida
eterna» (Jn 6, 68), por lo que, acoger la fe en el don de su Eucaristía es
acogerlo a Él mismo.
Nuestra fe católica nos enseña que Cristo Jesús murió,
resucitó, y está sentado a la derecha de Dios Padre e intercede por nosotros.
Pero a su vez, está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra,
en la oración de su Iglesia, «allí donde dos o tres estén reunidos en mi
nombre», en los pobres, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que
Él es autor, en el sacrificio de la Misa y en la persona del ministro. Pero,
sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas.
El modo de presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los
sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al
que tienden todos los sacramentos. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía
están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto
con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente,
Cristo entero. Esta presencia se denomina “real“, no a título exclusivo, como
si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y
hombre, se hace totalmente presente.
El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma:
“por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la
substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de
toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica
ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación“.
La presencia eucarística de Cristo comienza en el
momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies
eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y
todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no
divide a Cristo.
Hoy, las palabras de Josué dirigidas a las tribus de
Israel al entrar a la tierra prometida de Canaán: «Escoged a quién servir», nos
sirven de reflexión como discípulos de Jesús. También nosotros reconocemos en
el don de la Eucaristía la forma y
expresión de nuestro seguimiento a Cristo, «Pues nadie jamás ha odiado su
propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo» (Ef 5, 30). Es decir, Cristo nos ha amado
tanto que nos ha amado como a su propia carne, dándonos alimento y calor en la
Eucaristía. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario