Ciclo B
Sb 2, 12-20 / Sal 53 / Sant 3,16-4,3 / Mc 9,30-37
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos.» (Mc 9,35)
En el evangelio de este domingo, Jesús anuncia por
segunda vez a los discípulos su pasión, muerte y resurrección. El evangelista
san Marcos no disimula el fuerte contraste que existe entre la mentalidad de
Jesús y la capacidad de entender de los doce Apóstoles, quienes no sólo no
comprenden las palabras del Maestro, sino que rechazan claramente la idea de
que vaya al encuentro de la muerte. ¿Por qué aceptar un Mesías abocado al
sufrimiento?
¿No podían los apóstoles haber superado ese
escándalo acudiendo a la misma Escritura? ¿Es que acaso la Escritura misma no
sugería que el Mesías debía padecer? Como el mismo Jesús les va a revelar a los
discípulos de Emaús, en la mañana de la resurrección: «¿No era preciso que el
Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?» (Lucas 24,26). De
hecho, el Antiguo Testamento está impregnado de referencias en las que podemos descubrir
el anuncio de la pasión de Cristo. Hoy leemos precisamente un texto del libro
de la Sabiduría. «Acechemos al justo…
quien declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; lleva una
vida distinta de los demás y su conducta es diferente… y se gloría de tener por
padre a Dios. lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para
comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte
ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.» (Sab 2, 12-20).
Si el domingo pasado el tema del Mesías que iba a
padecer suscitó la reacción contraria de Pedro, hoy, la reacción es mucho más
lamentable ya que se ve que los discípulos ni siquiera han escuchado, sus preocupaciones se dirigen
hacia el éxito personal, exactamente lo contrario de lo que Jesús intentaba
explicarles. Y Jesús, pues, debe volver a explicar y a insistir en el estilo
que él propone: se trata de querer vivir toda la vida como servicio; y se trata
de saberlo reconocer a él no en los grandes y prestigiosos, sino en los
humildes y débiles.
Los apóstoles discutían entre sí sobre quién de
ellos se debería considerar «el más importante». Jesús les explica con
paciencia su lógica, la lógica del amor que se hace servicio hasta la entrega
de sí: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos».
Esta es la lógica del cristianismo, que responde a
la verdad del hombre creado a imagen de Dios, pero, al mismo tiempo, contrasta
con el egoísmo, consecuencia del pecado original. Lo recuerda, en la liturgia
de hoy, también la carta de Santiago: «Donde existen envidias y espíritu de
contienda, hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que
viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente,
dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía». Y el
Apóstol concluye: «Frutos de justicia se siembran en la paz para los que
procuran la paz» (St 3, 16-18).
No cabe duda de que seguir a Cristo es difícil,
pero —como él dice— sólo quien pierde la vida por causa suya y del Evangelio,
la salvará (cf. Mc 8, 35), dando pleno sentido a su existencia. No existe otro
camino para ser discípulos suyos; no hay otro camino para testimoniar su amor y
tender a la perfección evangélica. Amén.
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