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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 9 de marzo de 2011

Homilía I Domingo de Cuaresma


Ciclo A
Gn 2, 7-9; 3, 1-7 / Sal 50 / Rm 5, 12-19 / Mt 4, 1-11

«Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado»
Col 2, 12

Con ese texto de la Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses, el santo Padre, Benedicto XVI, ha querido marcarnos el itinerario de esta santa Cuaresma 2011. El Papa nos quiere recalcar en el Mensaje de la Cuaresma de este año el gran nexo que vincula el Sacramento del Bautismo con la Cuaresma. En efecto, nos recuerda este texto de la Carta a los Colosenses que por el Bautismo hemos sido sepultados en la muerte de Cristo para resucitar con Él.

Y ¿qué significa eso de “morir y ser sepultados en la muerte de Cristo”? No tiene otro significado sino en llegar a ser transformados al punto de alcanzar a tener “los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2, 5). Cuando san Pablo explica esto en su carta a los Filipenses llega a decir que la meta es: «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). Por lo que comenta el Papa que “el Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo”.

Y de esto es lo que trata la Cuaresma. Si desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo, es porque en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (Rm 8, 11). Y es precisamente este don gratuito el que debe ser reavivado en cada uno de nosotros. La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de hacer un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana. Deberíamos vivir la Cuaresma como si pretendiéramos revivir realmente nuestro Bautismo como un acto decisivo que marque toda mi existencia.

El Santo Padre nos hace una catequesis extraordinaria mostrándonos cómo los textos bíblicos de estos próximos cinco domingos de Cuaresma nos servirán de guía para seguir las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, ya que van a recibir el Sacramento del renacimiento, y para los que ya estamos bautizados, porque nos servirá de ocasión para dar nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a Él.

Hoy, el primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida. Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal. Emprendamos con empeño y entusiasmo este camino hacia la Pascua, al encuentro de Cristo. Amén.

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