Ciclo
B
Is 63,
16b-17. 19b; 64, 2b-7 / Sal 79 / 1-Cor 1,3-9 / Mc
13, 33-37
«¡Velad! No sea que venga inesperadamente y os
encuentre dormidos».
La venida del Hijo de Dios a la Tierra es un acontecimiento tan
inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Cuántos ritos, sacrificios,
figuras y símbolos de la Primera Alianza convergían hacia Cristo, anunciaban su
venida por boca de los Profetas.
«Al celebrar anualmente la
liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías:
participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los
fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (Ap 22, 17)» (Catecismos
n. 524).
La Iglesia en el Adviento, relee y revive todos estos
acontecimientos de la historia de la Salvación en el «hoy» de su liturgia y
exige que su catequesis ayude a los fieles a abrirse a la inteligencia
«espiritual» de la economía de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia
la manifiesta y nos la hace vivir (Ibídem, n. 1095).
La Liturgia es Memorial
del Misterio de la salvación, y en ese sentido ella nos introduce en los
acontecimientos de la salvación. Esto no fuera posible sin la ayuda y
cooperación de Espíritu Santo, quien es la memoria viva de la Iglesia. Hoy
hacemos memoria en la Liturgia de aquella espera, de aquel primer Adviento. Nos
identificamos con aquellos sentimientos de espera de su pueblo santo, de
aquella primera preparación a la venida del Salvador, y a su vez renovamos
ardientemente el deseo de su segunda venida. Este es el Adviento de la Iglesia
en el que tu y yo nos disponemos a participar.
En la Palabra de Dios, aprendemos que toda la economía del Antiguo
Testamento está esencialmente ordenada a preparar y anunciar la venida de
Cristo, Redentor del Universo y de su Reino Mesiánico. Esto es el punto esencial por el que el cristianismo
se distingue de las otras religiones, ya que las demás expresan la búsqueda de Dios por parte del hombre,
y en el cristianismo no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios
quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el
cual es posible alcanzarlo.
En Cristo, la religión ya no es «un buscar a Dios a tientas», sino una respuesta de fe a Dios que se
revela. En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca. Dice el Profeta
Isaías en la primera lectura de hoy: «Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás
que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en
él. Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde
de vista tus mandamientos» (Is 63, 19- ss).
En el Adviento, Dios sale al encuentro del hombre, le busca a través
de su Hijo que llega pronto, para hacer que el hombre abandone los caminos del
mal, para que se de cuenta de que se halla en la vía equivocada. Para eso, es
necesario derrotar el mal, y derrotar el mal solo es posible por la Redención del sacrificio de Cristo. La religión de la Encarnación es la
religión de la redención del mundo por el sacrificio de Cristo.
De algún modo estamos diciendo que celebrar el Adviento es llevarnos
a participar de los frutos de la Encarnación, que no es otra cosa sino ser
introducidos en el misterio de «la intimidad de Dios», a eso nos prepara el
Adviento. Para eso hay que romper con los pecados que nos mantienen dormidos.
Jesús dice que estemos despiertos en el Evangelio, y san Pablo dice que esa
actitud de lucha contra el pecado es lo que nos mantendrá de pie hasta la
parusía del Señor. Amén.
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