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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 15 de noviembre de 2011

Homilía Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo



Ciclo A
Ez 34, 11-17 / Sal 22 / 1-Co 15, 20-28 / Mt 25, 31-46


«Cristo tiene que reinar hasta que Dios 
“haga de sus enemigos estrado de sus pies”».
1-Co 15, 25

En la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo la Iglesia nos coloca frente al texto que forma parte del discurso escatológico pronunciado por Jesús en el monte de los Olivos a sus discípulos (Mt 24, 3). El discurso parte del anuncio de la destrucción de Jerusalén para hablar del fin del mundo. Esta parte del discurso termina con la venida del Hijo del hombre con gran poder y gloria. Después de alertarnos en los pasados domingos con algunas parábolas sobre la necesidad de vigilar para no ser sorprendidos a la llegada del Hijo del hombre, el discurso escatológico encuentra su culmen literario y teológico en nuestro texto de hoy que, vuelve a hablar de la venida del Hijo del hombre acompañado de los ángeles. La reunión de los elegidos toma aquí la forma de un juicio final.
Su dignidad real no tiene parangón con ningún rey temporal. El Evangelio nos lo muestra entrando triunfalmente en Jerusalén montado sobre un asno, aclamado por los niños, odiado por las autoridades de la época. Un rey que iba a ser coronado de espinas ante el griterío de la turba y las burlas de la soldadesca. Un rey cuyo trono estaría en una Cruz y adornado por las huellas de sus llagas y cárdenas en su carne desnuda y azotada.
La Sagrada Escritura además, vaticinó la llegada del Mesías-Rey como un pastor que sigue el rastro de su rebaño cuando las ovejas se dispersan, en donde él mismo las libraría, las sacaría de todos los lugares donde se desperdigaron en el día de los nubarrones y de la oscuridad... «Así dice el Señor: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro» (Ez 34, 11).
A su vez, las Escrituras nos revelan que es un Rey de tremenda majestad. Recibe de Dios “la potestad, el honor y el reino” (Dan. 7, 13-14). Él, Jesús, es el Ungido por excelencia, el Mesías, el Cristo. Estos tres títulos vienen a significar lo mismo. Aspectos que se relacionan con la unción del Hijo de Dios hecho hombre, que con su muerte nos ha liberado, siendo exaltado sobre todas las cosas.
Cristo es Rey por derecho propio y por derecho de conquista. Por derecho propio por ser hombre y Dios verdadero, por su unión hipostática con el Verbo, y en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todo cuanto existe. Por eso tiene pleno y absoluto poder sobre toda la creación (Jn 1,1ss.). Y es Rey por derecho de conquista, en virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de su sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz (1 Pe 1, 18-19).
Ante su magnanimidad nosotros nos postramos en adoración rendida y le acatamos como Rey. Él nos colma con sus riquezas, nos hace partícipes de su sacerdocio, de su profetismo y de su realeza. Pensemos en ello y seamos consecuentes con tan gran dignidad. No empequeñezcamos nuestra vida con afanes mezquinos. Y en esta fiesta de Cristo Rey pidamos para que todos los hombres, heridos por el pecado, nos sometamos a este reinado y aclamemos gozosos a nuestro Rey y Señor. Nos va en ello nuestra felicidad eterna.
El es el rey de la vida. «Cristo ha resucitado, primicia de todos los muertos» (1 Co 15, 20). Precisamente en este mes de noviembre en donde conmemoramos a las ánimas del purgatorio, y se nos recuerdan las realidades de la muerte, el juicio, el infierno y la gloria, la Iglesia nos recuerda también que Cristo ha vencido a la muerte, se ha declarado Rey de la vida mediante su Resurrección gloriosa. En consecuencia él será nuestro juez que con justicia y misericordia dará la sentencia final e inapelable.
La realeza de Jesucristo quedará manifiesta de forma plena y definitiva al fin de los tiempos, cuando con gran majestad, sobre las nubes, descenderá de lo Alto. Vendrá como Juez Supremo para juzgar a vivos y a muertos, para establecer la justicia que por nuestros pecados, hemos atrasado. Se terminará para siempre el eclipse de Dios, su silencio ante cada situación en donde parecía triunfar el mal y la injusticia; para triunfar por siempre el Amor. Amén.

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