Ciclo
B
Is
40,1-5.9-11 / sal 84 / 2-Pe 3,8-14 / Mc 1,1-8
“Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” –
Mc 1,1
Nos seguimos adentrando en el corazón del
Adviento. La Liturgia de la Iglesia nos presenta como figuras emblemáticas de
este tiempo al Profeta Isaías y a san Juan el Bautista.
El contexto histórico del segundo libro de
Isaías, llamado también el «Libro de la Consolación», nos sitúa en el siglo VI
a.C. Los babilonios habían conquistado a Jerusalén hacia los años 587-586 a.C.;
los hebreos habían sido llevados como cautivos a Babilonia. Años después, en el
539 a.C., Ciro, rey de los persas, tomó a su vez a Babilonia y promulgó un
decreto que permitía regresar a los deportados que lo desearan. Este es el
contexto que encuentra su eco en los oráculos, cantos y lamentaciones, juicios
condenatorios y visiones proféticas de liberación definitiva y restauración del
pueblo elegido y de la ciudad de Sión, que aquí se recogen.
La profecía que hoy nos propone la liturgia
sitúa al pueblo todavía en Babilonia, se le anuncia la liberación gracias al
poder del Señor de la historia, que ha elegido a un rey extranjero, y lo llama
«Ungido», «Mesías», para rescatar a Israel del destierro. Se trata por tanto de
la inminente vuelta de los desterrados de Babilonia, que es presentada como un
«nuevo éxodo». Si el éxodo de Egipto es el prototipo de todas las
intervenciones que ha hecho Dios a favor de su pueblo, ahora se habla de un
«nuevo éxodo», porque el poder con el que actúa el Señor, Creador de todas las
cosas, supera a lo manifestado en el antiguo éxodo.
La noticia de la liberación inminente supone un
gran consuelo para el pueblo. De ahí el nombre que se le da a esta parte del
libro de Isaías, y esa consolación ha sido entendida como figura y anticipo de
la consolación que traerá Cristo: Verdadera consolación, alivio y liberación de
los males humanos será su Encarnación.
Hoy nos identificamos con este canto de alegría
por la pronta liberación de los exiliados. ¡Cuántos motivos tenemos para
esperar en el Señor! ¡Con cuántas pruebas nos ha demostrado Dios que siempre
está dispuesto a actuar a favor nuestro a manifestarse como Redentor de su
pueblo!
Los cuatro Evangelios ven cumplidas las
palabras del profeta Isaías en el ministerio de Juan el Bautista, que es la Voz
que grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor…». En efecto, Juan, con
su llamada a la conversión personal y al bautismo de penitencia, prepara el
camino para encontrar a Jesús.
Juan Bautista es el heraldo, el «precursor», es
la Voz que prepara el camino para la «Palabra de Dios», es el que allana los
obstáculos y asperezas para que cuando Cristo venga pueda caminar sin
dificultades. «Preparad el camino del Señor», se trata de la predicación
evangélica y de la nueva consolación, que es la salvación de Dios que llega a
cada hombre que la recibe. Por eso es que Juan es «más que un profeta» -como
dice Jesús-. En él, el Espíritu Santo consuma el «hablar por los profetas»,
Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías, anuncia la
inminencia de la consolación de Israel, es la «Voz» del Consolador que llega.
Recordamos las palabras de Jesús a sus
discípulos antes de partir de este mundo: «Yo rogaré al Padre y él os enviará
al otro Consolador», es decir al Paráclito, al Espíritu Santo. De modo que
Jesús es la Consolación de Dios hecha carne, revelada plenamente. Es nuestro
Consolador.
Esa consolación de Dios fue tan deseada y
esperada y sin embargo cuando llegó no fue bien recibida. Fue como si los
hombres se cansaran de esperar y ya perdieran el sentido de la espera.
Olvidaron algo fundamental: «que para el Señor un día es como mil años y mil
años, como un día» (2-Pe 3, 8). El tiempo es muy relativo frente a la eternidad
de Dios, y si Dios retrasa el momento final (su Consuelo) es por su
misericordia, porque quiere que todos los hombres se salven. Una cosa es
cierta: hay que mantenerse vigilantes, porque el día del Señor vendrá sin
previo aviso. Amén.
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