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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 10 de enero de 2012

Homilía II Domingo del Tiempo Ordinario



Ciclo B
1- Sam 3, 3b-10. 19 / Sal 39 / 1-Cor 6, 13c-15ª. 17-20 / Jn 1, 35-42

¿Qué buscáis?

Este domingo tiene aún cierto carácter de tránsito entre la Epifanía y el tiempo ordinario: Jesús se manifiesta a aquellos que iban a ser sus primeros discípulos. Va a ser el mismo Juan Bautista, quien enlace el Antiguo con el Nuevo Testamento, al fijarse en Jesús e indicarle a sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios».
En esas palabras del Bautista, queda compendiada toda su misión y la de todo apóstol: ser simple indicador de Jesús. Juan no se arroga nada para sí, “Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo. Ustedes mismos son testigos de que he dicho: “Yo no soy el Mesías, pero he sido enviado delante de Él… es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 27-28. 30).
El testimonio de Juan Bautista nos muestra que el verdadero discípulo no trata de ganar las personas para sí, sino para Jesús. Por otra parte, los discípulos de Juan Bautista, al oír a su maestro, siguieron a Jesús y quisieron saber dónde vivía. Y permanecieron con Él aquel día. Lo que convierte a un hombre en testigo y discípulo de Jesús es el hecho de encontrarle, de quedarse con él.
Este es el punto central de este Domingo: la figura del discípulo. Hay una imagen global del discípulo: por un lado, Samuel, el muchacho dispuesto a escuchar a Elí, pero aún más dispuesto a escuchar como un siervo la Palabra de Dios. Por otro lado, el salmista, está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, cuando éste le abre el oído. Y Juan el Bautista, que cumple lo que Dios le ha dicho que tenía que hacer: señalar la presencia entre los hombres del que debe bautizar en el Espíritu: el Cordero de Dios (Jn 1,33-34; es el texto inmediatamente anterior a la perícopa de hoy). Por último, los discípulos del Bautista que, fieles al maestro y a sus indicaciones, siguen al "Rabí" y ¡"se quedaron con él aquel día"! Este proceso de la imagen del discípulo es una magnifica descripción del discípulo de Cristo: a partir de una actitud de apertura espiritual se puede escuchar la voz de Dios, a pesar de que -de entrada- uno piense que son los hombres los que llaman (Samuel pensaba que era Elí); la atención a la Palabra de Dios no es un hecho transitorio, "puntual"-como decimos-, sino algo que coge a toda la persona: "Aquí estoy..." (como dice el salmista), y en este sentido, el mismo Cristo ha dado el testimonio supremo de "discípulo" del Padre (Jn 4, 34; 6;38... y Hb 10, 5-10): también es preciso el espíritu de búsqueda que permite estar atento a los acontecimientos para poderlos leer en la fe (discípulos de Juan).
Pero el itinerario culmina siempre en el mismo Cristo, quien una vez encontrado, será preciso conducir a todo el mundo hacia El; así lo hace Andrés con su hermano Pedro. Y este encuentro transforma las personas, no sólo por la experiencia religiosa que supone, sino también porque el mismo Señor toma la iniciativa de conferir nueva personalidad al discípulo: "¡Tú te llamarás Cefas!" Juan destaca la absoluta gratuidad de esta voluntad de Jesús en relación al que tiene que ser el líder de los discípulos; la transformación viene después de la "mirada" de Jesús, casi como sin esperar el acto explícito de fe.
Es importante, también, la referencia al "quedarse", tan típico de Juan. A los discípulos no les basta una salutación rápida, formal o curiosa; se trata de gastar tiempo, de ir a fondo, de escuchar, de dialogar... "Vieron... y se quedaron". Juan pondrá en labios de Jesús el ideal de los discípulos: "Quedaros conmigo, y yo en vosotros... Si no os quedáis conmigo, nada podréis hacer..." (Jn 15, 4s). También el evangelio de Marcos, cuando hable del designio de Jesús sobre los discípulos, dirá que "designó doce, para que estuvieran con él..."
Este sería el núcleo del mensaje de este domingo, podríamos decir que, más que encontrar a Jesús, se trata de dejarse encontrar por él y aprender a permanecer con Él. La Iglesia debería poder decir a los hombres de hoy, como Jesús: "Venid y lo veréis". Amén.

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