Ciclo
B
Jonás 3,1-5. 10. / Sal 24 / 1-Cor 7, 29-31 / Mc 1, 14-20
«Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor
Jesucristo» 1Co15, 51-58
Este domingo tercero del tiempo ordinario coincide dentro de la Semana de Oración por la Unidad de los
Cristianos. El texto bíblico del encabezado es el tema escogido para la reflexión
de este año.
Esta frase de san Pablo nos habla del poder transformador de la fe
en Cristo, tema muy relacionado con nuestra oración por la unidad visible de la
Iglesia, Cuerpo de Cristo. De alguna
manera San Pablo le dice a la Iglesia de Corinto que nuestra vida presente
tiene un carácter temporal marcado muchas veces por la aparente
"victoria" o "derrotas", sin embargo nuestra fe en el
misterio pascual hace que ya participemos de la victoria de Cristo.
Precisamente es un tema que está contenido en la primera lectura
de hoy, la comunidad de Corinto estaba dividida en grupos y en intereses
opuestos. San Pablo sale al paso de todos los extremismos y particularismos
haciendo una llamada común al realismo cristiano: cualquiera que sea el estado
y la posición de los cristianos en el mundo, la verdad es que este mundo “pasa”
y no vale la pena de afincarse cada uno en su propia situación. San Pablo no
predica un cristianismo instalado en las contradicciones de este mundo, sino
todo lo contrario. Tampoco nos dice que no lloremos, que no tengamos mujer, que
no compremos..., sino que nada de eso lo hagamos como si fuera la razón y el
sentido último de nuestras vidas. "Porque la presentación de este mundo se
termina", es apremiante usar de las realidades temporales para alcanzar
las eternas.
El encuentro personal con Cristo, que constituye el centro de la
vida de todo cristiano, como también la firmeza en la fe, evitando todo
relativismo y atajo simplista, son los pilares del diálogo ecuménico auténtico
al que estamos llamados. El Papa Benedicto XVI lo recordó en la pasada JMJ cuando le habló a los jóvenes de la
necesidad de vivir la fe en su dimensión eclesial: “Permitidme que os recuerde –les
dijo–, que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la
Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de
ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que
predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o
de acabar siguiendo una imagen falsa de Él… Os pido, queridos amigos, que améis
a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha permitido conocer mejor
a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor.”
Hoy lo vemos confirmado en la liturgia de la Palabra de este
Domingo. El libro de Jonás, que si bien no es un relato histórico, sino
didáctico, nos enseña que Dios es, ante todo, misericordioso, perdona a todos,
incluso a los paganos, con tal que se conviertan. En la predicación de Jonás, los
extraños creen y se arrepienten mientras que el pueblo de Israel no hace caso a
la palabra profética. El encuentro personal con el Señor se traduce en obras
concretas: ayunos, vestir el sayal... (gestos penitenciales, de
arrepentimiento).
La misericordia divina prevalece siempre sobre su justicia y abarca
al mundo entero. A Jonás, le va a costar entenderlo, pero Dios rompe sus
tradicionales esquemas teológicos según los cuales la misericordia de Dios sólo
debía extenderse al pueblo de Israel.
La llamada de los primeros discípulos, que contemplamos hoy por el
evangelio de san Marcos, muestra que Jesús no actúa como un rabino, ya que el
rabino era, por así decirlo, escogido por el discípulo. Él, por el contrario,
es quien llama y quien crea la decisión de seguirlo, como la palabra creadora
de Dios. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma, ni una adhesión
intelectual a una doctrina. Es una acción y un pensamiento nuevo que nace del
acontecimiento de la gracia. Seguirle es dejarlo todo.
Por consiguiente, el evangelista presupone con mucha naturalidad
la condición divina de Jesús. Solamente se "sigue" ciegamente a Dios.
A los hombres, no se les "sigue". Los pastores en la Iglesia son
"ministros", servidores de los demás. Jesús resucitado sigue presente
en medio de la comunidad y es él, el único que puede seguir llamando a la
salvación, a la unidad de la Iglesia. Amén.
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