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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 17 de enero de 2012

Homilía III Domingo del Tiempo Ordinario



Ciclo B
Jonás 3,1-5. 10. / Sal 24 / 1-Cor 7, 29-31 / Mc 1, 14-20

«Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo» 1Co15, 51-58

Este domingo tercero del tiempo ordinario coincide dentro de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El texto bíblico del encabezado es el tema escogido para la reflexión de este año.
Esta frase de san Pablo nos habla del poder transformador de la fe en Cristo, tema muy relacionado con nuestra oración por la unidad visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. De alguna manera San Pablo le dice a la Iglesia de Corinto que nuestra vida presente tiene un carácter temporal marcado muchas veces por la aparente "victoria" o "derrotas", sin embargo nuestra fe en el misterio pascual hace que ya participemos de la victoria de Cristo.
Precisamente es un tema que está contenido en la primera lectura de hoy, la comunidad de Corinto estaba dividida en grupos y en intereses opuestos. San Pablo sale al paso de todos los extremismos y particularismos haciendo una llamada común al realismo cristiano: cualquiera que sea el estado y la posición de los cristianos en el mundo, la verdad es que este mundo “pasa” y no vale la pena de afincarse cada uno en su propia situación. San Pablo no predica un cristianismo instalado en las contradicciones de este mundo, sino todo lo contrario. Tampoco nos dice que no lloremos, que no tengamos mujer, que no compremos..., sino que nada de eso lo hagamos como si fuera la razón y el sentido último de nuestras vidas. "Porque la presentación de este mundo se termina", es apremiante usar de las realidades temporales para alcanzar las eternas.
El encuentro personal con Cristo, que constituye el centro de la vida de todo cristiano, como también la firmeza en la fe, evitando todo relativismo y atajo simplista, son los pilares del diálogo ecuménico auténtico al que estamos llamados. El Papa Benedicto XVI lo recordó en la pasada JMJ cuando le habló a los jóvenes de la necesidad de vivir la fe en su dimensión eclesial: “Permitidme que os recuerde –les dijo–, que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él… Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha permitido conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor.”
Hoy lo vemos confirmado en la liturgia de la Palabra de este Domingo. El libro de Jonás, que si bien no es un relato histórico, sino didáctico, nos enseña que Dios es, ante todo, misericordioso, perdona a todos, incluso a los paganos, con tal que se conviertan. En la predicación de Jonás, los extraños creen y se arrepienten mientras que el pueblo de Israel no hace caso a la palabra profética. El encuentro personal con el Señor se traduce en obras concretas: ayunos, vestir el sayal... (gestos penitenciales, de arrepentimiento).
La misericordia divina prevalece siempre sobre su justicia y abarca al mundo entero. A Jonás, le va a costar entenderlo, pero Dios rompe sus tradicionales esquemas teológicos según los cuales la misericordia de Dios sólo debía extenderse al pueblo de Israel.
La llamada de los primeros discípulos, que contemplamos hoy por el evangelio de san Marcos, muestra que Jesús no actúa como un rabino, ya que el rabino era, por así decirlo, escogido por el discípulo. Él, por el contrario, es quien llama y quien crea la decisión de seguirlo, como la palabra creadora de Dios. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma, ni una adhesión intelectual a una doctrina. Es una acción y un pensamiento nuevo que nace del acontecimiento de la gracia. Seguirle es dejarlo todo.
Por consiguiente, el evangelista presupone con mucha naturalidad la condición divina de Jesús. Solamente se "sigue" ciegamente a Dios. A los hombres, no se les "sigue". Los pastores en la Iglesia son "ministros", servidores de los demás. Jesús resucitado sigue presente en medio de la comunidad y es él, el único que puede seguir llamando a la salvación, a la unidad de la Iglesia. Amén.

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