Ciclo
B
Dt 18, 15-20 / Sal 94 / 1-Cor 7, 32-35 / Mc 1, 21-28
¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo.
En el evangelio de hoy, san Marcos subraya el impacto que producía
en la gente la enseñanza de Jesús. Nos dice que le escuchaban asombrados y que
después, se preguntaban los unos a los otros: “¿Qué es esto?”, lo que
equivaldría a decir “¿qué clase de hombre es éste?, y ¿qué significa este nuevo
modo de hablar?”
Este “asombro” o admiración es lo contrario a la indiferencia. Y
en ese sentido, es una reacción positiva ya que dispone a una respuesta. Es
como un principio a la fe o a la “no-fe” del que le escucha. Cuando se escucha
el evangelio de Jesús sin asombro, como quien oye “llover sobre mojado” o como
si no fuera ya una noticia, pierde la oportunidad de ser liberado por su verdad
salvadora. Limitarse a vivir un “cristianismo convencional” (por la mera
tradición de que mis padres fueron católicos) es producto de una generación que
ha perdido la capacidad de asombrarse ante el evangelio.
En la era de “las comunicaciones”, vivimos saturados de mensajes,
palabras, imágenes, noticias y conocimientos al punto en que ya todo nos desencanta
y aburre. Estamos más conectados que nunca y a la vez más solos que nadie. Parece
que por el “Facebook” y el “Twitter” estás más cerca de los que tienes lejos y
abandonas por otro lado a los que tienes a tu lado. Tanta información ha hecho
que ya nada ni nadie llame nuestra atención. Los que prima es la utilidad de la
información: -"¿Para qué me sirve esto?", "¿Cómo me resuelve
esto?", etc.- y se marginan las preguntas por el significado y el sentido
de la vida, se comprende que el evangelio pase sin pena ni gloria. Pues la
gente no conecta con el evangelio, y, por tanto, no se asombra.
Posiblemente tengamos que preguntarnos hoy, si estamos proclamando
el evangelio no como Jesús lo hacía, sino como los letrados y rabinos. Los
letrados y rabinos enseñaban en Israel por oficio. Se limitaban a comentar la
Ley, las tradiciones de los mayores, leer lo que estaba escrito y repetir lo
que habían aprendido. Conservaban muy bien la letra, y una letra sin espíritu
mata, no es capaz de asombrar a nadie.
Jesús, en cambio, habla “con autoridad”. Los que creían en él
decían: "Tú tienes palabras de vida eterna". Jesús se presentaba como
verdad viva y palpitante, como palabra encarnada. Lo que él decía, podían verlo
en sus obras. Por eso maravillaba, por eso tenía autoridad, por eso era
noticia. En su caso, hablar con autoridad era todo lo contrario de hablar
autoritariamente. No sentaba “cátedra” sino que daba testimonio. No se impone:
"El que tenga oídos para oír -decía- que oiga".
Jesús encarna al “Profeta esperado” que vaticinó el Deuteronomio.
El pueblo en el Sinaí, aterrorizado pidió a Dios que no le hablara él directamente,
sino por un mediador. Dios escuchó su ruego, en adelante hablará por medio de
Moisés y después por los profetas. Pero el profeta, es un hombre de entre los hombres,
mediador de la Palabra de Dios. Jesucristo, es más que un Profeta, es Dios
mismo en medio nuestro. Por eso es que podía expulsar demonios. La expulsión de
demonios era manifestación de su divinidad. El Reino de Dios es más fuerte que
el poder sobre-humano del diablo.
La afirmación de Jesús como “Santo de Dios”, es, en realidad,
equivalente a la de Hijo de Dios o Mesías. Hasta el espíritu maligno confirma
con su testimonio la autoridad de la Palabra de Jesús. Jesús ha venido a acabar
con la posesión; a soltar al hombre de las amarras que lo tienen atado; a
desenredarlo de la red que lo enmaraña; a liberarlo en lo más profundo de su
ser: “¡Cállate y sal de él!” –dijo Jesús- Y salió el demonio. Jesucristo
triunfó definitivamente sobre el mal en la Resurrección, pero continúa su lucha
en los cristianos en la medida en que se lo permitimos, en la medida en que no
pactamos nosotros con el mal. En los Sacramentos, celebramos su victoria,
participamos de ella: ofrecemos al Resucitado el espacio de nuestras vidas y de
nuestra comunidad para que él se imponga al mal que anida y vive en nosotros.
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