Is 42, 1-4.6-7 / Sal 28 / Hch 10, 34-38 / Mc 1,
7-11
«Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él;
Cristo se hace
bautizar: descendamos al mismo tiempo que él,
para ascender con él»
San Gregorio Nacianceno, Sermón 39
La celebración de la Fiesta del Bautismo del Señor
concluye el tiempo de Navidad; es decir, todo el ciclo natalicio y de las
manifestaciones progresivas de Jesús: desde su nacimiento en Belén, donde se
manifestó con el rostro de un niño, «primogénito de toda criatura», «imagen
visible de Dios invisible» (Col 1, 15). En la fiesta de la Epifanía, en la cual
se revela como el don esperado y buscado por todas las gentes de la tierra y
como luz hacia el cual converge el camino interior de la historia. Y
finalmente, en la celebración de hoy, en la cual, entrando en las aguas del
Jordán, Él se hizo solidario con el hombre, «inclina la cabeza inmaculada
frente al Precursor, y bautizado, libera al género humano de la esclavitud,
amante de los hombres» (Himno de la Liturgia Bizantina). Viene a ser así
consagrado como Siervo «con unción sacerdotal, profética y real, para que los
hombres reconozcan en él al Mesías, enviado para traer a los pobres la Buena
Nueva (Prefacio de la Misa).
Hoy también es el domingo que da paso al tiempo
durante el año, llamado Tiempo Ordinario. El significado de esta fiesta del
Bautismo del Señor, es múltiple y variado; ya que, mira no sólo al hecho en sí,
sino también a su trascendencia para con nosotros, se centra en lo que tiene de
“epifanía” o “manifestación” para nosotros.
Hoy pide la oración colecta de la Misa: «Señor,
Dios nuestro, cuyo Hijo asumió la realidad de nuestra carne para manifestársenos,
concédenos, te rogamos, poder transformarnos internamente a imagen de aquel que
en su humanidad era igual a nosotros».
El bautismo de Jesús, proclamado hoy por san
Marcos, es revelación de la condición mesiánica del Siervo del Señor, sobre el
que va a reposar el Espíritu Santo (1ra
lect.) y que ha sido ungido con vistas a su misión redentora (2ª lect.). Ese Siervo, con su
mansedumbre, demostrada en su manera de actuar, es «luz de las naciones» (Is 42, 1-9;
49, 1-9 lectura bíblica del Oficio de Lectura). «Cristo es iluminado, dejémonos iluminar junto a
él» -dice San Gregorio Nacianceno, comentando la escena (Lect. patr. del Oficio
de lect.).
Pero el bautismo de Cristo, es revelación también
de los efectos de nuestro propio bautismo: «Porque en el bautismo de Cristo en
el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del
nuevo bautismo» (prefacio de la Misa). Jesús entró en el agua para santificarla
y hacerla santificadora, «y, sin duda, para sepultar en ella a todo el viejo
Adán, santificando el Jordán por nuestra causa; y así, el Señor, que era
espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua» (San Gregorio
Nacianceno, ibid.). Esta consagración es el nuevo nacimiento (Jn 3,5), que nos
hace hijos adoptivos de Dios.
¡Cuán grande es nuestro Bautismo! El primero de
los sacramentos y el más necesario para la salvación. Por él se renueva en
nosotros el misterioso don de la gracia divina, que imprime un sello indeleble
en nuestra alma, dando origen a un nuevo nacimiento (regeneración). «Éstos han
nacido de Dios, a cuantos le acogieron les ha dado poder para llegar a ser
hijos de Dios» (Jn 1, 12-13).
En nuestro Bautismo, la gracia santificante, que
elimina el pecado original, infundió en nosotros las virtudes teologales y los
dones del Espíritu Santo, introduciéndonos en el Cuerpo místico de Cristo, que
es la Iglesia. Es el sacramento del cual brotan los demás como de su fuente.
Renovemos hoy nuestra fe en el Bautismo.
Amén.
Padre Pedro
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