Ciclo B
Ez 2, 2-5 / Sal
122 / 2 Cor 12, 7-10 / Mc 6, 1-6
« Y se extrañó de su falta
de fe».
El Evangelio de
este domingo nos plantea nuestra fe en Jesucristo. Aceptar el Misterio de Dios
en Cristo Jesús también en nuestros días es obra de la fe. Sigue habiendo
muchos hombres inteligentes que dudan de que, en un hombre como el Jesús
histórico, pueda albergarse el misterio de un Dios, y que Jesús sea el Verbo
encarnado al que hay que adorar y no solo admirar y venerar. No nos extraña que
el Papa Benedicto XVI haya querido marcar su pontificado escribiendo una obra
teológica, fruto de su experiencia personal de fe, dedicada al misterio de la
persona de Jesucristo; y que además quiera dedicar un año completo al tema de
la fe.
San Marcos nos
narra en su Evangelio que un día Jesús regresó a su pueblo de Nazaret. Cuando
llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. Sus paisanos, que deberían
haber creído los primeros, sufrieron escándalo ante Jesús. No pudieron
compaginar aquella sabiduría y poder de Dios, que se manifestaba en Jesús, con
la sencillez, la rudeza y la incultura de un trabajador de pueblo. La multitud
que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué
sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan
por sus manos? ¿No es acaso el artesano, el hijo de María, el hermano de
Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?"
Se convirtió Jesús
para ellos en motivo de tropiezo. Por eso dijo: "Un profeta sólo es
despreciado en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer
allí ningún milagro, y se asombraba de su falta de fe. «No pudo hacer allí
ningún milagro» porque un milagro carece de sentido cuando el hombre se cierra
a Dios que se le acerca en la acción prodigiosa.
El Salmo 122 que
rezamos hoy, viene a ser la súplica confiada de los pobres de Yahvé que
experimentan el desprecio a su alrededor. En el contexto de la liturgia de hoy,
el salmo se pone en labios de Cristo, que ante el desprecio de su propio
pueblo, ante el rechazo de una gente rebelde y obstinada, se dirige a su Padre
abandonándose a Él y dejando en sus manos todos sus cuidados. Jesús con su
humildad nos enseñó lo que San Pablo afirma hoy: que "la fuerza se
realizara por medio de la debilidad".
Para entender
el misterio de Jesús y creer en Él, no podemos acudir a los criterios de los
hombres; es necesario aceptar la Palabra de Dios sin condiciones. Aún los
mismos discípulos de Jesús tuvieron sus dificultades para creer: “De Nazaret
¿puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Simón Pedro, que, iluminado por el Padre,
hizo su hermosa confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt
16,16), luego se resistió a admitir un Mesías que hubiera de morir crucificado.
No aceptaba que, del fracaso y la ruina ante sus enemigos, hubiera de salir la
salvación. No lo entendía. Hubo de transcurrir tiempo. Sólo con la muerte y la
resurrección de Jesucristo, empezó Pedro a ver claro. Fue entonces cuando
aceptó la realidad: "Jesús es Señor".
Renovemos hoy
nuestra fe en Jesucristo. Cuando no hay fe las cosas de Dios resultan extrañas,
incomprensibles. Es solo por fe como podemos acceder desde la carne de Jesús al
misterio de la redención. Es solo por la fe como podemos penetrar lo
impenetrable que resulta el misterio de Dios entre nosotros, habitando en medio
nuestro en la cotidianidad haciendo que la vida no caiga en la rutina sino que
cada jornada sea una novedad de encuentro de amor con El.
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