¡Bienvenidos!



«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

lunes, 2 de julio de 2012

Homilía XIV Domingo del Tiempo Ordinario




Ciclo B
Ez 2, 2-5 / Sal 122 / 2 Cor 12, 7-10 / Mc 6, 1-6

« Y se extrañó de su falta de fe».

El Evangelio de este domingo nos plantea nuestra fe en Jesucristo. Aceptar el Misterio de Dios en Cristo Jesús también en nuestros días es obra de la fe. Sigue habiendo muchos hombres inteligentes que dudan de que, en un hombre como el Jesús histórico, pueda albergarse el misterio de un Dios, y que Jesús sea el Verbo encarnado al que hay que adorar y no solo admirar y venerar. No nos extraña que el Papa Benedicto XVI haya querido marcar su pontificado escribiendo una obra teológica, fruto de su experiencia personal de fe, dedicada al misterio de la persona de Jesucristo; y que además quiera dedicar un año completo al tema de la fe.
San Marcos nos narra en su Evangelio que un día Jesús regresó a su pueblo de Nazaret. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. Sus paisanos, que deberían haber creído los primeros, sufrieron escándalo ante Jesús. No pudieron compaginar aquella sabiduría y poder de Dios, que se manifestaba en Jesús, con la sencillez, la rudeza y la incultura de un trabajador de pueblo. La multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el artesano, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?"
Se convirtió Jesús para ellos en motivo de tropiezo. Por eso dijo: "Un profeta sólo es despreciado en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, y se asombraba de su falta de fe. «No pudo hacer allí ningún milagro» porque un milagro carece de sentido cuando el hombre se cierra a Dios que se le acerca en la acción prodigiosa.
El Salmo 122 que rezamos hoy, viene a ser la súplica confiada de los pobres de Yahvé que experimentan el desprecio a su alrededor. En el contexto de la liturgia de hoy, el salmo se pone en labios de Cristo, que ante el desprecio de su propio pueblo, ante el rechazo de una gente rebelde y obstinada, se dirige a su Padre abandonándose a Él y dejando en sus manos todos sus cuidados. Jesús con su humildad nos enseñó lo que San Pablo afirma hoy: que "la fuerza se realizara por medio de la debilidad".
Para entender el misterio de Jesús y creer en Él, no podemos acudir a los criterios de los hombres; es necesario aceptar la Palabra de Dios sin condiciones. Aún los mismos discípulos de Jesús tuvieron sus dificultades para creer: “De Nazaret ¿puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Simón Pedro, que, iluminado por el Padre, hizo su hermosa confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16), luego se resistió a admitir un Mesías que hubiera de morir crucificado. No aceptaba que, del fracaso y la ruina ante sus enemigos, hubiera de salir la salvación. No lo entendía. Hubo de transcurrir tiempo. Sólo con la muerte y la resurrección de Jesucristo, empezó Pedro a ver claro. Fue entonces cuando aceptó la realidad: "Jesús es Señor".
Renovemos hoy nuestra fe en Jesucristo. Cuando no hay fe las cosas de Dios resultan extrañas, incomprensibles. Es solo por fe como podemos acceder desde la carne de Jesús al misterio de la redención. Es solo por la fe como podemos penetrar lo impenetrable que resulta el misterio de Dios entre nosotros, habitando en medio nuestro en la cotidianidad haciendo que la vida no caiga en la rutina sino que cada jornada sea una novedad de encuentro de amor con El.

No hay comentarios:

Publicar un comentario