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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 11 de julio de 2012

Homilía XV Domingo del Tiempo Ordinario




Ciclo B
Am 7, 12-15 / Sal 84 / Ef 1, 3-14 / Mc 6, 7-13

«Ellos salieron a predicar la conversión» - Mc 6, 12

Luego de haber meditado el domingo pasado sobre la reacción de rechazo de aquellos compueblanos de Jesús, en la sinagoga de Nazaret, quienes se escandalizaban de la autoridad, los signos y la sabiduría de Cristo porque el conocimiento “natural” o histórico que sobre él tenían les impedía acceder a la plenitud de su persona divina; hoy, Jesús continúa su camino y su misión. «Un profeta sólo es rechazado en su tierra» había dicho, y por eso no se detiene.
Contemplamos hoy a Jesús itinerante, en misión. Y si bien, escogió a “Los doce” para que "estuvieran con él” (Mc 3, 14-15), también los escogió “para enviarlos a predicar”. Esta es la otra dimensión del discípulo, la misionera. El Evangelio nos presenta la misión de los Doce.
Es interesante notar que san Marcos emplea para los apóstoles las mismas palabras que utiliza a través de todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). Como si fuera una misma misión, dependiente totalmente de la de Cristo, su modelo.
La misión de los discípulos supone en ellos una triple conciencia: conciencia del origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia de salir de sí mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevo; y la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás.
Por otra parte, nos llama la atención, la insistencia en la pobreza como condición indispensable para la misión: ni pan, ni alforja, ni dinero, sino sólo calzado corriente, un bastón y un solo manto (v. 8-9). Se trata de una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Un discípulo cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios. Tendría demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que renunciar. La pobreza es señal de fe; de que uno no confía en sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.
Y otro aspecto que no es posible olvidar sería que el discípulo en misión no está ajeno a sufrir el rechazo y la contradicción. El discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él. Tiene que dejar en manos de Dios el resultado. Al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado.
El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor.
El ejemplo de Amós, el profeta, en la primera lectura es iluminador. Amos no era profeta ni hijo de profetas, sino un pastor y cultivador de higos, pero Dios le llamó a denunciar el pecado de los reyes y sacerdotes de Israel. Amasías, representante de la religión institucionalizada, pretende neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote. Pero Amós no predica por ganarse el sustento cuotidiano, sino en la libertad del que cumple la voluntad de Dios.
Finalmente, el texto de la carta a los Efesios nos sitúa en la razón de ser de nuestra vida en este mundo. Hemos sido creados para ser santos. Esa es la única tarea necesaria y urgente. Para eso hemos nacido. Sólo si somos santos nuestra vida valdrá la pena. Y sólo si somos santos echaremos los demonios y el mal de nosotros mismos y del mundo. Amén.

1 comentario:

  1. Dios nos pide fidelidad, no resultados, pues el verdadero fruto es la FIDELIDAD... a su VOLUNTAD..

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