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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

miércoles, 25 de julio de 2012

Homilía XVII Domingo del Tiempo Ordinario




Ciclo B
2 R 4, 42-44 / Sal 144 / Ef 4, 1-6 / Jn 6, 1-15

“Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron”  Jn 6,1-15

En los próximos domingos (del 17º a 21º) se interrumpe la lectura continua del evangelio de san Marcos, para leer el capítulo 6 del de san Juan. El texto de san Juan narra el mismo hecho que venía inmediatamente a continuación en san Marcos –la multiplicación de los panes–, aunque desarrollándolo en una amplia catequesis eucarística, que se conoce como “el discurso del Pan de Vida”.
Jesús se manifiesta en el evangelio de hoy alimentando a la multitud. Detrás de este gesto, hay algo más que un mero alimentar a las multitudes. ¿De qué vale dar de comer un alimento perecedero para luego volver a tener hambre? Aquel que se revela como profeta de Dios, que ha enviado a sus discípulos a predicar la conversión de los pecados, que se revela como buen pastor que da la vida por sus ovejas, hoy se preocupa de algo más que la salud del cuerpo. Jesús da el «alimento que permanece para la vida eterna».
En el relato de Juan, se apuntan unos detalles que nos ponen en referencia directa con la cena Pascual. Dice Juan que «estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos». No es una frase aislada o banal. También usa el término «dijo la acción de gracias» en lugar de «alabó o bendijo» que emplean los otros evangelistas en la narración de la primera multiplicación de los panes. Todo señala a la Eucaristía.
Con todo, el signo de la multiplicación de los panes, no le distrae de su verdadera misión en la tierra, por eso se marcha al monte a solas, después de «la señal milagrosa». El Señor no ha venido a recoger aplausos populistas, ni a organizar ninguna revolución subversiva, sino a hacer la voluntad del Padre; a dar vida, entregándola.
Viendo Jesús las intenciones de los judíos, queriéndole señalar como «el profeta que había de venir», «el enviado de Dios para librarnos del yugo extranjero»; huyó de toda connotación política. Ese fue el llamado “error judaico”, esperar un “mesianismo terreno”, desde entonces hasta hoy.
Ante la Palabra de este domingo, repitamos el salmo responsorial de la liturgia de hoy (Salmo 144) – «Abres tú la mano, Señor, y nos sacias»–. Sólo Dios es capaz de saciar las necesidades de todas sus criaturas. El milagro de la multiplicación de los panes, prefigura la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. Por las palabras de Cristo y la invocación del Espíritu Santo, en la celebración de la Eucaristía el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, capaz de saciar y colmar todas nuestras necesidades materiales y espirituales. Recibámosle con fe.

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