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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 9 de octubre de 2012

Homilía XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario



Ciclo B
Sab 7,7-11 / Sal 89 / Hb 4,12-13 / Mc 10,17-30

«¡Señor, enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato!» (Salmo 89)

Hoy, el salmo 89, que rezamos como respuesta a la primera lectura, parece darnos el tono y la atmósfera de toda la liturgia de este Domingo. ¿No es acaso lo que pedimos precisamente en “la oración colecta” al comenzar la liturgia? “Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien".
¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo que te agrada, Señor? «La Palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,13). Esa afirmación del autor de la carta a los Hebreos, que leemos en la segunda lectura, es una buena síntesis del papel de la Palabra en la vida del cristiano y, por tanto, en la vida de la comunidad que celebra la liturgia (en la Iglesia). Al llegar hoy a la casa de Dios, a celebrar la fe en comunidad, venimos buscando una sabiduría que no es de este mundo, queremos adquirir un corazón sensato que nos ayude a calcular nuestros años, queremos saber lo que es bueno, buscamos alcanzar la vida eterna, la salvación.
En definitiva, venimos corriendo, como aquel personaje del Evangelio de hoy, cuya identidad personal desconocemos, y cuya pregunta revela que era una persona con inquietudes religiosas: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”, le dice a Jesús. El gesto de arrodillarse y la interpelación (“Maestro bueno”) revelan veneración y reconocimiento hacia Jesús. Por la conclusión del relato, sabemos además que era una persona cumplidora del decálogo y muy rica.
Sin embargo, aquel cumplimiento y obediencia de la ley, se ve que no colmaba sus ansias de vida eterna. “¿Qué más hace falta para salvarse?” – le dice-. Jesús deshace aquel legalismo, que era un nuevo pretexto para no creer, y le formula un mandamiento preciso: "Sígueme".
Esto es lo que le faltaba. Creer que Jesús mismo es la Sabiduría que buscaba. Jesús le invita a superar la discusión ética y el legalismo religioso para encontrarse con la persona misma de Jesús y seguirle. Creer y salvarse es, a fin de cuentas, unirse a la persona de Jesús.
Desde un principio de la conversación, Jesús le apuntó en la dirección a Dios. Al igual que la Sabiduría que pidió Salomón en el Antiguo Testamento, y que nos refiere la primera lectura de hoy, para pedir la sabiduría es menester apreciarla por encima de todas las cosas y desearla ardientemente. Hay que preferirla al poder, a las riquezas, a la salud, a la belleza y al bienestar.
Sólo Jesucristo es capaz de pedirle al hombre un seguimiento radical porque él es la Sabiduría de Dios (1 Cor 1, 24) en carne viva. No seguir a Jesucristo es optar por la infelicidad, como le pasó al joven del evangelio, quien “frunció el ceño y se marchó pesaroso”. La Nueva Evangelización es un llamado a salir de la tibieza y mostrar el entusiasmo de la fe viva que sigue a Jesucristo, como persona y objeto de nuestro amor. Seguimiento que es una confesión de fe que “se expresa en la voluntad del testigo hasta el sacrificio de la vida, asegurando de este modo su credibilidad” (Benedicto XVI). Amén. 

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