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«La gloria de Dios es el hombre viviente, la vida del hombre es la visión de Dios»
(«Gloria Dei vivens homo: vita autem hominis visio Dei»)
San Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 20,7

martes, 2 de octubre de 2012

Homilía XXVII Domingo del Tiempo Ordinario




Ciclo B
Gn 2,18-24 / Sal 127 / Hb 2,9-11 / Mc 10,2-16

«De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»  Mc 10, 9 

Es interesante constatar que la sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,9; Ap 19, 7). De modo que de un extremo a otro, la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (Ef 5,31-32). – CCE n. 1602 –
La liturgia de la Palabra este domingo nos propone la oportunidad de hablar sobre el tema de la relación de pareja y del valor y el sentido del matrimonio para los cristianos, un tema que no sale muy a menudo en nuestras predicaciones y que, por tanto, hoy será un buen día para hablar y reflexionar sobre él, dada su importancia.
El texto de san Marcos que hoy meditamos, plantea la cuestión por parte de los fariseos sobre la licitud o no del divorcio. San Marcos escribe para los romanos, a quienes no les interesaba tanto la legislación mosaica sobre el libelo del repudio cuanto el problema más radical de la licitud del divorcio. Jesús fija con claridad el estado de la cuestión, pasando a interpretar la ley de Moisés como una concesión necesaria por causa de la dureza de corazón de los judíos, incapaces de guardar un orden moral más elevado. En otras palabras, el problema no está en la legislación, sino en la conducta humana. La misma concesión que hizo Moisés implica una tolerancia y en cierto sentido una acusación. Las legislaciones podrán cambiar, pero la dureza de corazón que busca justificar sus acciones detrás de leyes acomodaticias, egoístas, inmorales, no podrán acallar la verdad de lo que Dios quiso desde un principio en el proyecto matrimonial.
Jesús proclama lo que fue en un principio y lo que debe ser el fin del matrimonio. Cristo, con su autoridad, dignifica la institución matrimonial: restableciendo la pureza de la “unidad” primitiva frente a la poligamia y la “indisolubilidad” del vínculo matrimonial frente al divorcio y elevando la institución del matrimonio a sacramento de la nueva Ley. A Jesús le interesa el mandamiento de Dios, no “la dispensa del hombre”; el sentido del matrimonio en el plan de Dios, no sus desviaciones por la obstinación del hombre.
Como siempre, Cristo va a la raíz de la cuestión. Jesús invocará el Génesis para sancionar definitivamente la indisolubilidad del matrimonio. Al rechazar el divorcio, lo que hace Jesús es remitir al proyecto originario de Dios. Él viene a hacer posible la vivencia del matrimonio tal como el Creador lo había querido «al principio». La propia voluntad divina será la mejor garantía de la unión entre el hombre y la mujer: «Lo que Dios ha unido».
Cristo viene a hacerlo todo nuevo. El es el santificador que ha santificado la unión conyugal, haciendo de ella una imagen de su amor y entrega por la iglesia. Cristo manifiesta que los matrimonios pueden vivir el plan de Dios porque Él viene a sanar al ser humano en su totalidad, viene a dar un corazón nuevo, un nuevo modo de amar. Al renovar el corazón del hombre, renueva también el matrimonio y la familia, lo mismo que la sociedad, el trabajo, la amistad… todo. Hoy se debate la institución matrimonial por una cultura que pretende redefinir y vaciar de contenido la esencia del matrimonio y la familia. Hoy, más que nunca, la Nueva Evangelización requiere de todos los cristianos, claridad de ideas y voluntad firme para custodiar lo que Dios nos ha entregado. Amén.

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